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études féministes/ estudos feministas
A la búsqueda de un sujeto lesbiano Yuderkys Espinosa Miñoso Resumen: El siguiente trabajo avanza en una exploración sobre la opacidad del sujeto lesbiano y la condición de imposibilidad que paradójicamente lo habilita gracias a lo que la autora considera “una obstinada y persistente operación de delimitación del campo de visibilidad e inteligibilidad” del sujeto. En el mismo se proponen algunas tesis para pensar las dificultades de construcción de una historia de la lesbiana y sostiene que en las sociedades ésta ha quedado por fuera del discurso durante largos períodos de la historia, en tanto ha quedado rezagada, suspendida por otras figuras y estereotipos históricos fuertemente asentados en los dispositivos de género y sexualidad, propios de las sociedades patriarcales y del régimen de la heterosexualidad, como las figuras emblemáticas de la reproductora y del invertido, ambos al servicio de la masculinidad dominante. Palabras claves: Lesbianismo, historia de la sexualidad, teoría del sujeto
Quizás debería comenzar señalando la paradoja del título con que quiero nombrar las reflexiones que desarrollaré a continuación a propósito de una historia de la lesbiana. Paradoja, digo, porque cuando algo amerita ser buscado es porque no se encuentra en primera instancia y esto, desde ya, condiciona la segunda parte de la frase: si el sujeto sólo está dentro del discurso, si el sujeto ya presupone un ser, una visibilidad, entonces, cómo podría no hallarse, cómo es necesario salir a su búsqueda. De ahí la imposibilidad de la “búsqueda” de un sujeto: si hay que buscarlo es porque no lo es. O al menos no está claro que lo sea. En este sentido, quizás sería más adecuado hablar de una figura lesbiana, pero, debo confesar, me gusta el efecto paradojal que provoca la empresa de salir a la búsqueda de un sujeto. Si la búsqueda pareciera clausurar al sujeto que se dice querer encontrar, a seguidas, el sujeto buscado, escondido, demanda su visibilidad, su encuentro. Con una potencia superadora parecería decirse a sí mismo, auto conferirse legitimidad y gritar su existencia desde los márgenes. Con ello, desde ya, pretendo dejar sentada una de las conjeturas en que se asienta este trabajo: la opacidad del sujeto lesbiano, la condición de imposibilidad que paradójicamente lo habilita. Sobre la opacidad Opaco, según el diccionario de la Real academia de la lengua, es algo que no es diáfano, que impide el paso de la luz. Oscuro, sombrío. Triste, melancólico. Triste y melancólica ha sido la forma usual como han sido caracterizadas las vidas de las prófugas de la heterosexualidad obligatoria - a quienes denominaremos para el caso “lesbianas”- tanto en la ficción, desde al menos la literatura romana de principios de la era cristina, hasta los estudios de las nacientes ciencias modernas como la medicina, el psicoanálisis, y la sexología, desde finales del siglo XVIII en adelante. Desde las tempranas caracterizaciones freudianas sobre un caso de homosexualidad femenina (Freud,1920), hasta la aparición de las primeras novelas contemporáneas sobre el tema, como “El pozo de la soledad” de Margarita Radclyffe Hall ([1928] 2003), las lesbianas aparecen como seres perturbados, de vidas tristes y solitarias, y se las representa generalmente como mujeres congénitamente anormales, o como mujeres poco agraciadas, abandonadas o con traumas de la niñez que le habrían impedido la relación con un hombre. Triste y melancólico, sin embargo, son quizás los adjetivos más alejados para describir la existencia lesbiana tal y como la conozco; y así, me pregunto: ¿triste y melancólico para quién? ¿Para quién no es diáfano? ¿Para quién sombrío? Para pensarlo quiero traer aquí la idea desarrollada por autoras como Eve K. Sedgwick, Guacira Lopes Louro y más cercana, Valeria Flores, acerca del estatuto de ininteligibilidad o de ignorancia sobre la sexualidades no normativas. Según éstas, la ignorancia, contrario a lo que una podría suponer, es también una forma productiva del poder, “no es falta o ausencia de conocimiento sino un efecto de conocimiento”). Si el poder-saber se ha obstinado en un reconocimiento y auscultamiento del cuerpo reproductivo, la ignorancia sobre la lesbiana sería el efecto de una particular forma de mirar, de una delimitación del campo de observación (Lopes Louro, 2001: 16-17)[1]. Diríamos que a pesar del panóptico de la propuesta foucaultiana, quedarían aún campos de visibilidad específicos, y por ende, espacios de invisibilidad o al menos de “sombra”. Asumiendo esta hipótesis podríamos decir entonces que es para la mirada normativa, para las instituciones del régimen de la heterosexualidad, que el cuerpo lesbiano es un cuerpo opaco. Es aquí en donde quiero detenerme: sostener que en las sociedades patriarcales el sujeto lesbiano es opaco, oscuro gracias a una obstinada y persistente operación de delimitación del campo de visibilidad e inteligibilidad. Señalar que la lesbiana ha quedado por fuera del discurso durante largos períodos de la historia, en tanto ha quedado rezagada, suspendida por otras figuras y estereotipos históricos fuertemente asentados en los dispositivos de género y sexualidad, propios de las sociedades patriarcales y de la institución de la heterosexualidad. Sujetos de un heterosaber Para explicar esto, primero debo retrotraer aquí a la tesis foucaultiana del poder que desarrolla en su Historia de la sexualidad (Foucault, 1986). Recordemos que éste va a sostener que contrario a la hipótesis represiva, hay una relación entre saber y poder que es propia de las sociedades occidentales y que se verifica a partir del siglo XVIII en una necesidad de control del cuerpo y de los placeres que produce. El poder es entonces más que represivo, productivo, se vuelve obsesivo en sacar a la superficie todo lo que está oculto, desarrolla mecanismos de medición, clasificación, cálculo, tipificación, cotejo, comprobación, categorización de una manera minuciosa y expansiva. Parecería que no queda nada sin regular, nada por fuera de la mirada normalizadora. Saber y poder han quedado desde entonces articulados. Gracias a ello, el sujeto de la modernidad es un sujeto sobre todo hablante, es un sujeto de discurso. Diversxs autorxs van a datar el período entre el final del siglo XVII y el siglo XIX, como el momento en que aparece por primera vez la idea del homosexual, el travestido y el anormal tal y como la entendemos hoy día[2]. También se va a rastrear en este tiempo los inicios del control reproductivo a través del desarrollo de la medicina y las ideas maltusianas. El cuerpo de las mujeres pasa a ser objeto de un control desmedido, enfático, cotidiano por parte de la naciente medicina. Es en este lapso que se desarrollan las figuras que van a ser emblemáticas de lo “normal” y lo “anormal”, creaciones y objeto del pujante paradigma científico en desarrollo. Los nuevos Estados en expansión necesitarán de este poder-saber para fortalecer su proyecto de gobernabilidad y control del ciudadano. La estadística y la medicina servirán de base a un dispositivo específico de gobierno de las poblaciones a través del control de la capacidad reproductiva y con ello de la sexualidad de las mujeres. Los nuevos Estados necesitan vigilar los cuerpos y la sexualidad de manera de regularla y hacerla productiva. Así, toda una patologización de la sexualidad y los cuerpos no reproductivos será desarrollada desde la medicina, la biología, la estadística, la psiquiatría. Es sin lugar a dudas en este momento que serán construidas las figuras emblemáticas de la (mujer) reproductora y, en el otro extremo, del enfermo sexual. Quiero sostener que estas dos figuras si han sido engendradas por los dispositivos del modelo capitalista en expansión que necesitó hacer productivo los cuerpos, ciertamente que también se montaron sobre la base de la institución patriarcal de la heterosexualidad, y sólo desde allí son posibles de ser explicadas. Si el cuerpo de las mujeres es colocado en el centro de la mirada de las nuevas ciencias del control poblacional esto será exclusivamente desde su capacidad reproductiva: la mujer igualada a reproductora sólo entra en el nuevo paradigma científico como cuerpo para la fertilización. Y como tal será objeto de una singular operación de control material y discursivo, en donde la figura de la madre acapara y centralizada la mirada desdibujando y desenfocando cualquier otra producción de subjetividad “femenina”. De hecho no es posible pensar a “la mujer” por fuera de esta operación: el significante “mujer” sólo es posible de ser pensado en una economía de reproducción y heteronormatividad. Y recordemos que aunque el dispositivo opera bajo el binarismo de género, sin cuya operación sería imposible, los resultados son desiguales para los dos tipos de sujetos enfrentados. Sobre “la mujer” en particular, la estructura binaria producirá un efecto de sentido restrictivo que atrapa todo el significante: la mujer es, invariable e intrínsecamente, Madre. Así, el significante “mujer”, contrario al significante “varón” mucho más poroso y propenso al devenir, parece resistirse históricamente a abrirse a otras configuraciones posibles y emergentes. No hay mujer sin varón, y si la hubiera, dejaría de serlo en ese instante. El régimen de visibilidad ampliada paradójicamente deja en la sombra a la lesbiana; extirpa de tajo la posibilidad misma de su existencia. La lesbiana entonces es retirada al espacio fantasmagórico de lo sin nombre, una suerte de limbo en el que las cosas tienen la capacidad de mostrarse y desaparecer al mismo tiempo que se muestran. Ilusión óptica por medio de la cual un sujeto aparece borroso, como una tachadura en un papel, como el espacio vacío en una foto trucada. De hecho, la lesbiana aparece como figura emergente exclusivamente en determinadas coyunturas y durante períodos relativamente cortos. Las pocas pero empecinadas estudiosas de una historia del lesbianismo coinciden en señalar cómo ésta figura aparece solamente en períodos de mayor libertad de las “mujeres” y en determinadas clases sociales o grupos privilegiados, como mujeres de las clases dominantes, del mundo cultural, y artístico (Gimeno, 2005; Fiocchetto, 1987). La lesbiana así, es una figura inestable, con períodos de invisibilidad y aparente inexistencia, alternados por furtivos y breves períodos de relativa visibilidad. Esta relativa visibilidad de “mujeres que aman o tienen sexo con mujeres”, sin embargo, tiene casi siempre una visibilidad restringida, acotada a determinados ámbitos y circuitos socioculturales. Y siempre aparecerá como figura acompañante de la homosexualidad masculina. Dentro del mismo campo de la docencia y la investigación académica, bajo el pretexto de las dificultades y escasas fuentes para la construcción de una historiografía de las relaciones homoeróticas entre mujeres, la lesbiana siempre aparecerá como figura secundaria al homosexual varón, o en todo caso contenida dentro de un sujeto “homosexual” universal que termina siempre siendo masculino. Esto no va a ser menor. Cuando se ha tratado de examinar, pensar, analizar a la lesbiana, indiscutiblemente ésta siempre aparecerá a la sombra del enfermo sexual, el pervertido, el pederasta, el invertido. Todas estas sí, figuras masculinas con peso histórico propio. Así, quiero sostener que si bien a partir del siglo XIX, emergerá con fuerza la figura del enfermo sexual como figura emblemática producida por el poder-saber de este período, no así lo mismo aparecerá la lesbiana, quien, si bien es cierto será también objeto de experimentos y análisis, nunca llegará a ocupar un lugar relevante del mismo tenor, quedando rezagada, o por la mujer reproductiva, o por el enfermo sexual. La imposibilidad de ver a la lesbiana Tanto la reproductora como el enfermo sexual – la una en femenino, el otro en masculino- serán figuras centrales y protagonistas de las nuevas ciencias y sus investigaciones. Si el varón tomado como parámetro de lo universal, aparece como sujeto revelado, la mujer aparecerá como cuerpo a develar y dominar en tanto cuerpo que encierra el misterio de la reproducción. Para el poder-saber, la mujer no es sino un cuerpo fertilizable. Es este cuerpo fertilizable el que será objeto de una maquinaria de producción de conocimiento. Y así, siendo que la reproductora ocupa todo el lugar de centralización de la mirada del régimen de la heterosexualidad ¿qué quedaría como objeto particular de conocimiento del lado de los cuerpos masculinizados? No faltaba más: este lugar de la compulsión del saber lo ocupará el enfermo sexual. En este cuerpo cabrán las más variadas formas de la desviación del varón normativo, desde el violador, el voyerista, el pederasta, el travestido, hasta el homosexual. Y sin lugar a dudas este último será la figura estrella en el zoológico de los anormales. Ocupar el lugar de la figura estrella, al final no viene tan mal a efectos de la productividad discursiva que da entidad al sujeto. Con ello, el varón homosexual se aseguró un estatus de visibilidad que ha terminado confiriéndole un estatuto de legitimidad dentro de una ontología de sujeto. El tema de la visibilidad es importante, si un sujeto es porque es visible, podríamos entonces pensar las diferentes realidades entre sujetos que parecerían en principio sufrir un mismo tipo de subordinación social y sin embargo históricamente han gozado de distintos estatutos de focalización de la mirada. Habría que observar que para la ideología popular, pero no sólo para ella –también para la novela, la fábula, las narraciones escritas, y la producción cultural en general-, la figura negativa y motivo de repulsa social de la mujer-reproductiva ha sido la puta. Contrario a lo que una podría suponer, la figura tomada como alteridad de la reproductora –motivo de vergüenza para la moral burguesa, y, símbolo de mayor libertad, para bohemios y otros seres contraculturales-, no ha sido la lesbiana sino la puta, la “mujer libre”. Más interesante resulta esta constatación cuando observamos, que por el contrario, la figura más importante de la alteridad masculina ha sido al menos durante varios siglos el homosexual, el invertido, el maricón[3]. Ha sido imposible para una cultura producida por un régimen masculinista y patriarcal, pensar siquiera en la posibilidad de existencia de mujeres cuyas vidas no estuvieran ligadas a los varones. Quizás en ello haya tenido también que ver la imposibilidad de ver a la lesbiana. En el patriarcado hay una real ininteligibilidad de la lesbiana puesto que la vida de las mujeres no ha sido relevante por fuera de la vida reproductiva. Para la institución de la heterosexualidad la mujer no reproductiva no existe, es un imposible. Y así, el acto libre de una mujer no es abandonar el deseo por el varón, no es el rechazo o la oposición activa a la heterosexualidad sino el reafirmarla a través de su goce: desear o estar con muchos varones ha sido la salida construida y ofertada de liberación para las mujeres; no es dejar de servirle a un hombre, sino servirle a muchos, no es no importarle los cuerpos masculinos sino que le importen exacerbadamente, dedicarse a ellos como un oficio, especializarse en el arte de dar placer al varón. Que el régimen heterosexual es sobre todo para el beneficio masculino no queda dudas cuando una vez confirmado lo anterior, respecto del par madre/esposa- puta, constatamos al invertido como el par reverso del varón normativo. Todas las formas de inversión de género y sexualidad del asignado varón aparecen como formas de alteridad mayúscula para la masculinidad heterosexual hegemónica. Con ello, una vez más el sujeto masculino se asegura supremacía en tanto ahora ya no sólo tiene a su disposición los cuerpos de las mujeres sino los cuerpos prófugos de la masculinidad. Y así, si toda alteridad femenina admitida dentro del discurso pareciera ocurrir dentro del campo de la heterosexualidad, por el contrario, el puto y la travesti heterosexual, parecerían desestabilizarlo. Pero a seguidas podemos sospechar de tal afirmación, pues el puto y la travesti heterosexual a disposición de los varones, no hacen más que confirmar el régimen hegemónico heteromasculino. Y así, no hay mujer sin varón, ni hay prófugo de su clase, que al abandonar sus privilegios no pase a ser, al igual que el grupo de las mujeres, propiedad de los hombres; todos cuerpos al servicio masculino. Con todo ello, no cabe duda que el régimen de visibilidad es heterocéntrico y que no hay heterocentralidad que no sea esencialmente patriarcal. Esto es necesario decirlo en una época en que las visiones universalistas parecerían no ser complementadas sino abatidas por las visiones particularistas. Digo esto a propósito de cierta corriente posfeminista que a partir de la crítica a un sujeto mujer universal, ciertamente válida y necesaria, pretendería destituir y desvalidar todo intento de mirada amplia y general sobre el sistema de opresión de las mujeres, al punto que ha mandado a enterrar como desactualizado al concepto de patriarcado. Las consecuencias de esta operación se verían en una serie de aproximaciones al concepto de institución de la heterosexualidad en donde éste aparece desvinculado o descuajado de todo vestigio feminista, o de análisis de la opresión de género, que lo que ha mi respecta tienen ondas consecuencias en la mirada sobre la manera en que la institución heterosexual opera de manera diferenciada para los diferentes sujetos que forman parte de la nombrada “comunidad LGTTBI”[4]. Soy de creer que más que confrontar las visiones universales y particulares, habría que buscar sus puntos de anclaje y conexión. Habrá que tener cuidado al pensar respecto del sujeto lesbiano y las condiciones particulares que lo han (im)posibilitado históricamente de no olvidar la compleja vinculación entre institución heterosexual, mercado y patriarcado. Bibliografía Espinosa Miñoso, Yuderkys. 2007. Escritos de una lesbiana oscura: Reflexiones críticas sobre feminismo y política de identidad en América Latina. Buenos Aires-Lima: en la frontera. Fiocchetto, Rosanna. 1987. La amante celeste. Madrid: Horas y horas. Foucault, Michel. 1986. Historia de la sexualidad. Vol. I: La voluntad de saber. Buenos Aires: Siglo XXI. Flores, Valeria. 2005. “La ignorancia institucionalizada de las lesbianas”, en Notas lesbianas. Reflexiones desde la disidencia sexual. Argentina: Hipólita ediciones. Freud, Sigmund. 1920. “Psicogénesis de un caso de homosexualidad en una mujer”, En: Obras Completas de Sigmund Freud. Standard Edition, Volumen 18. Gimeno, Beatriz. 2005. Historia y análisis político del lesbianismo. Madrid: Gedisa. Haraway, Donna J. 1995. “Género para un diccionario marxista: La política sexual de una palabra”, en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid, España: Ed. Cátedra, pp. 213 – 251 Lopes Louro, Guacira. 2001. “Teoría queer: una política pos-identitaria para la educación”, Cuadernos de pedagogía, Año IV, No. 19, Rosario. Plumier, Kenneth (ed.). 1981. The making of the modern homosexual. Londres: Hutchinson publishing group. Radclyffe Hall, Margarita. [1928] 2003. El pozo de la soledad. Barcelona: Ediciones de la Tempestad. Rubin, Gayle. 1989. “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad” en Vance, C. S. (comp.), Placer y Peligro. Explorando la sexualidad femenina. Madrid: Revolución, pp. 129-149. Sedgwick, Eve. 2000. “Epistemología del closet”, en Grafías de Eros. Historia, género e identidades sexuales. Buenos Aires: Ediciones de la École Lacanienne de Psychanalyse. Scott, Joan. 1996. “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual,. México: PUEG. Nota biográfica Yuderkys Espinosa Miñoso (espinosayuderkys@yahoo.com): Psicóloga, con estudios de maestría en Ciencias Sociales y Educación y doctoranda en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Docente, ensayista y activista incursiona en la teoría feminista y queer, en los estudios poscoloniales, los estudios del racismo y la política de identidad. Investigadora adscripta al Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires, fundadora y coordinadora general del Grupo Latinoamericano de Estudios, Formación y Acción Feministas (GLEFAS) y fundadora y directora de la editorial en la frontera. Co-coordinadora del Grupo de Investigación “Dependencia, colonialidad y rupturas epistemológicas en los feminismos latinoamericanos” de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires e investigadora invitada del Proyecto de investigación “Mujeres interpeladas en su diversidad. Feminismos contra-hegemónicos del Tercer Mundo” de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Es coordinadora del Programa de Fortalecimiento y Articulación de los Espacios Feministas Universitarios de la Red Interamericana de Formación en Mujeres, Géneros y Desarrollo con Equidad del Colegio de las Américas desde donde dirige la Revista Virtual Interamericana de Estudios Feministas. Ha publicado, entre otros: “Escritos de una lesbiana oscura: Reflexiones críticas sobre feminismo y política de identidad en América Latina” (2007), libro que reúne varios de sus trabajos; La política de identidad en la era pos identitaria (2003); Dislocando saberes y prácticas de la perspectiva de género en la educación: de la búsqueda de equidad a la fractura del sujeto educativo” (2008); Etnocentrismo y colonialidad en los feminismos latinoamericanos: Complicidades y consolidación de las hegemonías feministas en el espacio transnacional (2009). También ha sido coordinadora de varias publicaciones entre ellas, “Aproximaciones críticas a las prácticas teórico-políticas del Feminismo Latinoamericano” (2010). Notas [1] Ver también: Sedgwick, Eve (2000) y, Flores, Valeria (2005). [2] Hay desacuerdo acerca del momento exacto en que aparece una identidad homosexual moderna: Mary Mcintosch insiste en señalar que esta habría aparecido a final del siglo XVII; sin embargo, para Jeffrey Weeks y la mayoría de historiadores el concepto habría aparecido a finales del siglo XIX (Plumier, Kenneth, 1981). [3] De hecho, es interesante dar cuenta que se usa la misma palabra, puta/puto, para significar esta diferencia: en el argot popular puta refiere a prostituta, mientras que puto refiere a homosexual. [4] A propósito ver: Scott, Joan (1996); Haraway, Donna (1995); Rubin, Gayle (1989).
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