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julho/ 2016- junho 2017 /juillet 2016-juin 2017

 

La educación sexual femenina a través de la prensa del siglo XIX. El caso de La Madre y El Niño

Paula Lerones Robles

Resumen:

El análisis que presentamos a continuación tiene como objeto de estudio el discurso positivista, concretamente el discurso higienista desarrollado durante el siglo XIX, que intentó modelar a la mujer, su cuerpo y su sexualidad de acuerdo a un fin: el progreso social. Este discurso se va a implantar a través de la escuela (de la nueva escuela krausista) y, posteriormente, llegará a la sociedad por otros medios, como la prensa. Para ello, hemos elegido La Madre y El Niño. Revista de Higiene y Educación, una publicación editada durante los años de la Restauración donde van a escribir muchos de los más prestigiosos médicos e higienistas de la época.

Palabras clave: prensa, siglo XIX, enfermedad, maternidad, higiene

 

I. Introducción. La sociedad cambiante del siglo XIX.

El siglo XIX es el siglo donde las mujeres se convierten en protagonistas bajo la categoría lingüística de “la mujer”. Ella será protagonista en la literatura y en la pintura, es el tema de los libros de conducta, de la prensa, de los catecismos y de las obras filosóficas. Este protagonismo, que no es tal en la sociedad, se debe principalmente al interés de los hombres por conocer al otro sexo. Los hombres habían definido años atrás su lugar en la sociedad. La Revolución Francesa había conseguido el estatus social de ciudadano para el hombre y el advenimiento del liberalismo le proclama individuo libre con plenos derechos. Una vez que ellos mismos están definidos, van a intentar responder a las preguntas que le surgen acerca del otro sexo: ¿qué es la mujer? ¿cuál es su destino? y ¿qué lugar debe ocupar en la sociedad?

Las respuestas van a seguir la línea de la polaridad de los sexos. Si bien, en el Antiguo Régimen se defendía la domesticidad de la mujer basada en su clara inferioridad con respecto al hombre ahora, la mujer va a ser compañera y complemento del sexo masculino. De esta manera, surgen diversos discursos que hacen hincapié en la construcción del género a través de la diferencia y de la oposición.

Desde la Iglesia católica se difunde un mensaje de mujer sumisa y casta. “La abnegación y el sacrificio, la entrega de una vida volcada hacia el servicio de los demás, el silencio y la renuncia a las propias aspiraciones, la obediencia al esposo, la realización personal en la maternidad” (Espigado, 2006: 39) debían ser las aptitudes de la perfecta casada. La mujer, por antonomasia, pecadora, fue controlada gracias a la labor de la Iglesia la cual

“~[…]convirtió el instrumento de placer en digna madre de familia, rodeada de la consideración y respeto de los hijos y dependientes” tal y como lo describe el sacerdote Jaime Balmes en la comparación que hace entre el catolicismo y el protestantismo en 1842 (citado en VV. AA., 1994: 367).

Sin embargo, la religión católica, que tanto poder tenía en España, va a ir perdiendo fuerza con el auge del racionalismo y de las teorías positivistas que veremos a continuación, las cuales no tomarán el relevo en la configuración del modelo femenino creado por la Iglesia, si no que, en clara pugna con la institución eclesiástica, crearán otro modelo de ser mujer.

El auge del racionalismo después de la época de la idealización lleva consigo, también, el auge de las ciencias. De tal manera que si antes primaba exclusivamente el discurso eclesiástico sobre la vida personal, ahora la imparable secularización permite a las ciencias experimentales imponer su autoridad por encima de todas las demás. Evidentemente, esta total secularización que era un hecho en Europa en el ámbito español no tiene tanta repercusión, por lo que la ciencia y la religión compartirán poderes en lo que se refiera a la imposición de normas de conducta hacia las mujeres. Al menos, hasta la Restauración, momento en el que como dice Ríos Lloret (2006) “el prestigio social de la Ciencia es ya evidente con lo cual se convierte en referente ideológico incluso mayor que la religión tradicional” (189). De igual manera, Labanyi (2011) afirma que

“[…]a partir de la década de 1870, coincidiendo con los esfuerzos de la Restauración por ampliar el control del Estado central, es cuando los médicos empezaron a desempeñar un papel principal en la vida pública.”

 De hecho, establece el período de 1882-1884 como el momento de gran pugna entre el naturalismo y la Iglesia. Los nuevos médicos representaban una amenaza para el control ideológico de la Iglesia y como respuesta a las propuestas de los higienistas la Iglesia intentó reforzar sus actividades (93-96).

De entre las ciencias, la medicina, fue la que mayor peso tuvo.

“Desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX, la medicina se convirtió en uno de los ejes más importantes que controlaba la vida de las mujeres” (Ruiz Jiménez, 1997: 105).

Desde su “doble legitimidad científica y patriarcal” (Palacio, 2007: 112) asume el papel de tutela y adoctrinamiento de éstas.

Es por ello por lo que el análisis que presentamos a continuación tiene como objeto de estudio el discurso positivista, y concretamente el discurso higienista, que intenta modelar a la mujer, su cuerpo y su sexualidad de acuerdo a un fin: el progreso social. Este discurso se va a implantar a través de la escuela (de la nueva escuela krausista) y, posteriormente, se difundirá a la sociedad por otros medios, como la prensa. Para ello, hemos elegido una revista publicada durante los años de la Restauración donde van a escribir muchos de los más prestigiosos médicos e higienistas de la época.

Nuestro objetivo, por tanto, es analizar a través de la prensa, en concreto de la revista La Madre y El Niño. Revista de Higiene y Educación, los argumentos que los profesionales de las ciencias aportaron para la construcción de su tipo ideal de mujer. En este sentido, el presente trabajo tiene como propósito no solo analizar el discurso en base a las semejanzas y diferencias con otros escritos de la época, sino también dar a conocer desde el punto de vista historiográfico esta publicación. 

Hay multitud de estudios sobre la configuración de la femineidad a través de los discursos de subalternidad del siglo XIX (Scanlon, 1986; VV. AA., 1994; Blanco, Jagoe y Enríquez, 1998, y Sauret y Quiles, 2001). No obstante, aún queda por investigar mucha de la literatura que se redactó sobre el tema “la mujer” y por tanto, se requiere de la continuidad de estudios empíricos y sin lugar a dudas de análisis puntuales que contribuyan a completar la Historia de las Mujeres.

II.  El adoctrinamiento en la escuela liberal.

Las ideas krausistas, en gran parte influenciadas por las corrientes positivistas, fueron introducidas en España a través del filósofo y jurista, Julián Sanz del Río. Estas ideas promueven la dignidad de cada individuo y el papel de cada sexo en la sociedad. Por tanto, desde el krausismo, se defiende el papel de esposa y madre que tiene la mujer dentro de la familia y el papel de compañera del hombre dentro de la sociedad. El concepto Krausista de la familia estaba basado en el amor y en la armonía mutua, en la que el marido y la esposa forman juntos el “primer hombre superior”, tal como argumentaba Krause en su obra Ideal de la humanidad para la vida, publicada en Madrid en 1860 (Folguera, 1997: 462).

Con esta ideología se crea la Institución Libre de Enseñanza en 1876. Un instituto privado, libre de la autoridad gubernamental y laico que se va a preocupar por la reforma de la universidad y por la educación de la mujer[1]. Tenía como objetivo la creación de un sistema educativo que sirviese a las mujeres para convertirse a nivel familiar en una ayuda eficaz para el esposo y una perfecta educadora de sus hijos, y a nivel social en la trasmisora de los valores de modernidad y de progreso.

De tal manera, que si la religión católica la concebía como la transmisora de la moral, las costumbres y la urbanidad, el krausismo, también la considera vehículo de ideas, pero de ideas laicas. A pesar de la polaridad de los sexos que sigue promoviendo el krausismo, éste, según afirma Folguera

“[…]concibe la educación femenina con identidad propia. Las mujeres son consideradas como individuos con derecho a una educación, tanto en beneficio propio como en beneficio del conjunto de la sociedad” (462).

Desde esta escuela, por tanto, se va a dar una educación basada en las ciencias experimentales. La Higiene, va a ser una disciplina principal en el currículo de las niñas durante estos años. De hecho, con la Ley Moyano de 1857 se establece esta asignatura como obligatoria para las niñas, no para los niños (Blanco et al., 320). Un conocimiento “útil” para ellas pero, como veremos a continuación, también provechoso socialmente puesto que les proporcionará los saberes y las normas relativas a la procreación y crianza de los hijos.

Los saberes que se imparten a través de esta disciplina abarcaban desde la lactancia y la adecuada asistencia al parto hasta la atención del recién nacido, su alimentación y el conjunto de sus necesidades. En palabras de Palacio: “Más que una mujer educada, interesaba una mujer madre. Más todavía: una madre-maestra” (114).

Junto a la asignatura de Higiene doméstica, a las mujeres se les enseña labores propias de su sexo, virtudes morales como la modestia, la moderación en el gasto económico, la urbanidad y el pudor. El ejercicio físico no se introducirá en el curriculum de las niñas hasta 1882 y, también, se justificará a través de la maternidad, como veremos posteriormente (Colmenar Orzaes, 1983: 110).

Disciplinas que le aportaban la suficiente cultura para ejercer el papel anteriormente nombrado de madre-maestra y el de compañera del hombre. La educación de las mujeres, por tanto, significada la perfección, prosperidad y felicidad del hombre. Todos ellos, valores liberales.

III.  Los higienistas en la prensa. La Madre y El Niño[2]

El siglo XIX es el siglo de la “periódico manía”. Se van a editar alrededor de unas 98 revistas dirigidas a las mujeres. Publicaciones que abarcaban sobre todo la moda y las labores y, minoritariamente, trataban la educación o instrucción de las niñas.

Podemos destacar que la primera revista sobre medicina en España sale a la luz en 1834. El Boletín de medicina, cirugía y farmacia es el primer periódico médico, nacido en el marco de libertad de prensa que se instaura tras la muerte de Fernando VII. En 1853 se funde con la Gaceta médica y de esta fusión nace el Siglo médico, uno de los periódicos más relevantes del siglo XIX. Pero no será hasta los años 80 cuando se popularice la medicina a través de la prensa, y, concretamente a partir de 1882, con la fundación de la Sociedad Española de Higiene, como afirma Labanyi, cuando nuevas revistas empezaron a surgir con la intención de divulgar el conocimiento científico y, sobre todo, higiénico (98).

En 1883 se inicia la publicación de La Madre y El Niño. Revista de Higiene y Educación. Esta revista fundada por Manuel Tolosa Latour (1857-1919), médico del Hospital del Niño Jesús, publica mensualmente artículos doctrinales y divulgativos dedicados a la infancia, la higiene y la educación de la mujer, la crianza de los niños, la fundación de hospitales y hospicios, la mejora de los asilos benéficos, los socorros a las madres pobres y el amparo del niño desvalido, tal y como aparece en su programa. Como vemos, un espíritu cristiano, no del todo olvidado por las ciencias experimentales.

Además del tono religioso y moral, en su primer número ya se define el carácter verídico y justo de los preceptos médicos que van a transmitir: “No se trata de una novedad pasajera, ni de una agradable inutilidad, ni de ninguno de esos mil periódicos que nacen con preciosísimas formas á manera de objeto de moda; el fondo de doctrina que contengan estas columnas ha de ser sensato, juicioso y duradero” (Propósitos y esperanzas, 1883: nº1, 2).

También declaran que van a estar “no sólo al corriente de cuantas actualidades se relacionan con nuestro programa, sino también dando á las madres y educadores reglas propias de la estación, y sanos preceptos que constituyen, al cabo del año, un curso completo de crianza y educación de los niños” (Propósitos y esperanzas, 2).

Es una publicación principalmente dirigida a las mujeres y, aunque su vida aparentemente es corta (el último número conservado pertenece a 1884), se convierte en un referente español en la divulgación de la ciencia médica puesto que tiene una larga nómina de colaboradores de reconocido prestigio en la sociedad española del momento. Mariano Benavente, Francisco Alonso y Rubio o Carlos Rodríguez Pinilla son algunos de los doctores más respetados de la Sociedad Española de Higiene y cuyas participaciones destacan en la revista. Martina Castells, primera mujer en conseguir el título de Doctora, que en estos momentos se denomina Doctor, también participa en la revista con un discurso similar al de los hombres. Ella será otra de las grandes colaboradoras en esta publicación hasta su muerte en enero de 1884.

Entre los temas que van a tratar estos doctores y doctoras hemos seleccionado los que consideramos más relevantes y cuyo discurso influyó de manera decisiva en la sociedad española del momento: la maternidad, como fin único de la mujer, la inferioridad intelectual y física, demostrada a través de la ciencia, y la debilidad y la enfermedad del cuerpo femenino. Tres características que determinan la vida de las mujeres del siglo XIX y que justifican “científicamente” su lugar en la sociedad: el espacio privado.

-       La sagrada misión: La maternidad

La medicina, a través de los manuales, y como vamos a ver, a través de la prensa médica, se va a encargar de hacer ver a las mujeres la necesidad de que realizasen su sagrada misión: la maternidad y de que la realizasen “correctamente”, es decir, según los parámetros de la medicina y, por tanto de la “verdad universal”. Uno de los artículos que encontramos en la revista La Madre y el Niño, plantea esta cuestión, creando los 10 mandamientos de la madre: (Decálogo de la madre, 1882: nº 1, 9).

1.     Criarás á tu hijo con la leche de tus pechos, y, a no ser posible, vigilarás atentamente su alimentación.

2..      No le destetarás hasta que tenga dientes, señal de que puede digerir, y aun así no le darás alimentos fuertes.

3.; .     No usarás más medicamentos que los que el médico te ordene, rechazando toda intrusión de comadre.

4.      Tendrás siempre limpio tu hijo, como lo manda la madre ciencia, no abrumándole con ropas, ni desnudándole imprudentemente.

5.      No le obligarás á dormir en vano, ni le alimentarás A todo momento.

6.      Le darás diariamente un baño de aire puro, y, á ser posible, de agua fresca.

7.      No permitas que escuche ruidos desagradables, le expongas á focos de luz muy fuertes, ni le acostumbres á seguir sus caprichos.

8.      Le vacunarás sin pretexto alguno.

9.      No obligarás á tu hijo á hacer esfuerzos materiales ni intelectuales que no estén relacionados con sus condiciones físicas ni mentales.

10.   Le acostumbrarás á sufrir las penalidades de la vida, á creer en algo y á practicar el lema de si quieres ser amado, ama.

El objetivo de hacer de las mujeres, “profesionales de la maternidad”, como afirma Palacio, residía por un lado en las nuevas concepciones acerca de la naturaleza y del papel social de las mujeres y, por otro, en la “problemática poblacional, en su doble aspecto cuantitativo y cualitativo” (Palacio, 113). La gran mortalidad infantil, el empobrecimiento de la educación de los niños (que no de las niñas) y una reducción en el número de hijos, eran objeto de preocupación en la época.

Otro de los motivos por los que la maternidad se profesionaliza es el temor que sentía la burguesía por el crecimiento demográfico del proletariado y, en consecuencia, por una revolución hacia la clase dirigente que hace exaltar enormemente esta virtud maternal. De esta forma y, como veremos posteriormente, sin caer en la excesiva actividad sexual “se trataba de hacer creer a las damas de la existencia de una serie de enfermedades, denominadas enfermedades de mujeres que eran motivadas por una falta de actividad de los órganos reproductores” (Ramos Frendo, 2001: 219).

 La maternidad se convertía en el fin primordial de la mujer y su cuerpo debía ser cuidado como un templo para hacer posible una procreación elevada y fructífera, siempre en términos de “utilidad”.

“La conservación de las especies en el orden de la naturaleza, exigía que el amor de las madres para con su prole, no tuviera límites, é hiciera fáciles y tolerables todas las privaciones y sacrificios que lleva consigo el importantísimo cargo de la maternidad. Las leyes de la naturaleza se han cumplido, y el amor de madre es el amor tipo, sin que nada le iguale en desinterés, en ternura, en abnegación” (Alonso y Rubio, 1883, 6).

La riqueza y el progreso de la nación dependía directamente del potencial humano, y esta población, a su vez, dependía de las mujeres-madres. Así, se incorpora el discurso médico para favorecer y estimular la procreación y poner freno a la dramática mortalidad de la infancia. Problema social de gran relevancia como queda de manifiesto en la revista con la publicación de diferentes poemas que tratan la mortalidad infantil. Algunos ejemplos son el de Ortega Munilla, “La muerte del niño” (1883, nº 12, 181), o el de Pérez Zúñiga “A una niña muerta” (1884, nº 6, 49) o “A la muerte de unas niñas” de Antonio Arnao (1884, nº2, 17).

Es necesario destacar, que los médicos consideraban a las madres ignorantes, culpables de la mortalidad de los niños y niñas, y por ello, tratan de aleccionarlas. En algunos artículos que aparecen en la revista se destaca el papel de la mujer rural, que no ejerce una sana maternidad y como resultado se le mueren sus hijos.

“En la mayor parte de las poblaciones rurales, habitadas por gente sin instrucción y de sensibilidad más ó menos obtusa, […] se abandona á los niños enfermos á la más completa espectacion, circulando de boca en boca aquellas fatídicas palabras; y cuando sucumben algunos que el arte pudiera haber salvado, óyese decir con estoica impasibilidad y para consuelo de los padres:—¡Angelitos al cielo!” (Benavente, 1883, nº 1, 2).

Esta idea de culpabilizar a las madres de la alta mortalidad infantil no solo pertenece a este doctor. Martina Castells también llegará a afirmar que “la mortalidad de los niños, está en razón inversa del grado de ilustración de la madre” (21). Una idea que va a permanecer hasta bien entrado el siglo XX. De hecho, la ponencia que ofrece Trinidad Sáiz Llavería en 1914, una de las primeras doctoras en graduarse junto a Martina Castells, lleva por título “La ignorancia de la mujer en los conocimientos de higiene y puericultura como primera causa de la mortalidad infantil”.

Las madres no sólo eran culpables de la muerte de sus hijos, sino también, de la falta de educación. Por ello, además de la Higiene, la Puericultura va a ser demandada como disciplina en los centros escolares y sociedades para que las futuras madres aprendiesen a educar a sus hijos. Los preceptos médicos que deben seguir son muy variados. Entre ellos, podemos destacar un tema muy abordado como lo fue el de la lactancia mercenaria. Algunas opiniones que ofrece la doctora Martina Castells al respecto nos dejan ver el rechazo a esta práctica:

“La misma lactancia ha de subordinarse á ciertas reglas para no producir desórdenes digestivos en el tierno niño, y para alejar de la madre el riesgo de quebrantar su propia salud, viéndose obligada á recurrir á la lactancia mercenaria; que sabido es de todos vosotros la funesta influencia que tiene sobre la vida del niño” (1883: nº 2, 21).

Otros doctores, como Luis Marco, van a ser más estrictos, recomendando a las madres que ejerzan el papel de nodrizas y de niñeras de sus hijos porque así serán buenas madres. La medicina establece lo que es “ser madre” y salvo en ocasiones donde la debilidad o la enfermedad de la mujer impiden el desarrollo de su “sana” maternidad, ellas deben cumplir con estos preceptos obligatoriamente para no ser tachadas de “malas madres”.

“La lactancia mercenaria es la prostitución venal de la maternidad cuando no se justifica plenamente por la salud de la madre. Preferir las vanidades mundanas, el brillo social, la conservación de los encantos del cuerpo, las bellas formas encubriendo un alma deforme; preferir tales futilezas al cumplimiento de los más dulces deberes, el goce de las más puras alegrías, sólo se explica por necias ideas, criminales complacencias, y falta de honrados y honrosos sentimientos.” (Marco, 1883: nº 12, 3).

Estas malas madres que no cumplen lo que los médicos dictan son acusadas y culpabilizadas socialmente de falta de intelecto o de malas intenciones. Por otro lado, estos malos sentimientos no podían ser albergados en el corazón de la mujer, como veremos a continuación.

-       Hombre/ inteligencia, Mujer/ corazón

Comte en su Discurso sobre el espíritu positivo define la palabra positivo como aquello que designa lo real que se opone a lo esencial. Lo positivo es aquello que es útil, cierto, preciso y se define frente a lo ocioso, la indecisión y lo vago. El discurso positivista por tanto, define a la mujer en su oposición al hombre. Si el hombre es lo útil, cierto y preciso, la mujer será lo ocioso, indeciso y vago. De manera parecida a otros mecanismos de subalternidad, el discurso racionalista se va a basar en las diferencias biológicas entre hombres y mujeres para explicar las desigualdades sociales. Así, todas las ciencias experimentales justifican una inferioridad femenina basada en la menor evolución de esta.

La frenología, la anatomía y la fisiología van a probar la inferioridad de las mujeres con amplios argumentos. Muchos de estos pensadores racionalistas tratan de definir el matrimonio a través de “conceptos biológicos y ontológicos” (Ramos, 1997: 351). Estas teorías defienden que la mujer está hecha para amar, al contrario que el hombre, y ese amor, para engendrar hijos por lo que la mujer está predispuesta a ser fiel y madre, mientras el hombre no. Así, el adulterio en la mujer es mucho más imperdonable que en el hombre pues va contra la naturaleza.

Además, la madre era tierna, abnegada y sumisa con pocas o ningunas capacidades intelectuales[3] puesto que su aparato reproductor condicionaba su cerebro, lo que limitaba su capacidad de razonamiento (Espigado, 40).

Aunque la cuestión de la capacidad intelectual de las mujeres tuvo menor resonancia en España que en otros países de Europa y Estados Unidos, (Nash, 2004: 36) la polémica sobe la menor cantidad de cerebro de la mujer en comparación con el hombre también fue difundida desde la medicina. Cada sexo, según los médicos, tenía unas zonas más desarrolladas que otras. Las mujeres tenían mayor actividad en las zonas encefálicas inferiores y posteriores, encargadas de la afectividad, mientras que los hombres guardaban mayor desarrollo en las zonas superiores y anteriores, las encargadas del raciocinio (Blanco et al., 1998: 311).

De hecho, como explica Palacio, cuanto más ignorante y estacionaria, las mujeres eran más aptas para cumplir con su misión, puesto que su “papel reproductivo determinaba y limitaba las restantes funciones de su actividad humana” (115). No sólo se las define como poco capacitadas intelectualmente sino también físicamente. Este mismo aparato reproductor estaba conectado con su sistema nervioso, hecho que hacía a las mujeres más débiles que a los hombres. Si su sensibilidad era mayor, también su falta de autocontrol, y por ende la necesidad de que los hombres, la tutelaran. La Medicina Fisológica desarrollada por Broussais va a ser la que insista en la necesidad de permanecer en el hogar puesto que basaba el origen de las enfermedades en la falta o exceso de irritación que provocaban los estímulos externos sobre el organismo femenino (Fernández Pérez, 2001: 243).

Sin embargo, muchos de estos autores abogan por la educación femenina pues la ignorancia se ve como un inconveniente para el sexo masculino y, en definitiva, para el progreso social.

“Durante el tiempo trascurrido, ha sido suficiente el número de mujeres célebres en distintos ramos, para que nos inclinemos á pensar que es conveniente el progreso de la educación de la mujer: hemos tenido ocasión de juzgar los inconvenientes de su ignorancia y las ventajas de su-instrucción [pero] sujetándola sí á justos, pero no mezquinos límites.” (Castells, 21).

Una educación que no debe llegar a “ilustración”. Bajo términos deterministas, se explica que la mujer no está hecha para la erudición, ni para el trabajo. Su cuerp     o la configura como un ser hecho para amar, y nada más.

“No pido para la mujer libertad exajerada; no soy de opinión que á la mujer se la considere igual que al hombre; que tenga voto, que hable en las Cortes; que pretenda ser ministro. ¡Lejos de mi mente tan absurdas pretensiones! Mí único deseo, mi sola ambición es colocarla en circunstancias favorables, para que pueda cumplir su noble, honrosa y santa misión en la sociedad: que se vea respetada; que sea apreciada de todos porque á todos cause bien, y que realmente sea la base del bienestar de la sociedad.”(Castells, 21).

El término “sociedad”, aquí, no es el conjunto social de hombre y mujeres de todas las clases, más bien se trata de todos los hombres de clase media-alta. Por tanto, la instrucción de las mujeres tiene como fin el beneficio de este grupo social que se adueña de la sociedad entera.

-       Debilidad y enfermedad

En este siglo se refuerza la visión de mujer como útero. De hecho, se recupera la frase que el fisiólogo belga, Jan Baptista Van Helmot dejó por escrito en el siglo XVII: propter solum uterum mulier est id quod est (la mujer es lo que es únicamente por el útero) y se convierte en la piedra angular de la fisiología del siglo XIX.

El desarrollo de la teoría ovular de la menstruación que explica la liberación del óvulo y su relación con la fertilidad y el momento de  mayor deseo sexual en la mujer influye en la consideración determinista de la mujer “atrapada en su cuerpo”. Esta medicalización de las mujeres y de sus procesos fisiológicos va a estar a la orden del día durante todo el siglo XIX y van a establecer el carácter enfermizo y de debilidad que de manera “natural” poseen las mujeres.

La menstruación era un proceso a través del cual se eliminaba el fluido femenino negativo que al contrario que el fluido masculino que debía retenerse en el organismo, éste se debía expulsar (Iglesias, 2003: 5). Como consecuencia, el hombre tenía que mantener una vida activa mientras que la mujer, para eliminar dicho líquido, debía llevar una vida pasiva e inactiva, tanto física como intelectualmente. Si no se cumplía esto, el riesgo era elevado. La retención supone la enfermedad física y mental y, en muchos casos, la muerte.

 Cualquier desequilibrio o enfermedad va a ser explicado en relación con el útero y los ovarios “sede de la diferencia sexual” (Palacio, 6). Las primeras definiciones del cuerpo femenino fueron dadas por Aristóteles y Galeno y heredadas después por la tradición cristiana. La mujer se consideraba un hombre disminuido, y sus órganos sexuales como la versión invertida de los órganos masculinos. Más tarde, los descubrimientos de la anatomía fueron conduciendo durante los siglos XVII y XVIII a la construcción de la visión de hombre y mujer como sexos diferentes. (Iglesias, 2). Visión que se va a mantener durante el siglo XIX.

Las mujeres son vistas durante toda su vida como seres enfermizos dependientes de su cuerpo. Es de esta manera como la medicina (los médicos) establecen normas y pautas de comportamiento para la sociedad femenina en relación con su cuerpo y, también, con sus relaciones sexuales.

La sexualidad femenina con fines diferentes a los reproductivos estaba totalmente condenada puesto que la medicina sostenía la teoría de la inexistencia de deseo sexual en la mujer honrada. De tal manera que cualquier otra manifestación era síntoma de enfermedad y locura o, al menos, extrañeza, como vemos en el siguiente párrafo extraído de la obra El amor en la vida y en los libros de Felipe Trigo, médico y militar:

“Como médico […] de las clientes de todas clases y condiciones que por espacio de ocho años han venido a mi consulta, he llegado a la siguiente conclusión: de cien mujeres casadas, treinta y dos eran y habían sido siempre absolutamente insensibles en el acto sexual con sus maridos. Cuarenta y siete mostrábanse indiferentes en la mayoría de las ocasiones y recibían placer muy leve raras veces. Y de las 16 restantes, que parecían responder de un modo normal, aunque no constantemente, a la sensación, solo una, según testimonio, corroborado por el marido, se confesaba entusiasta, hasta el punto de ser ella quien tomaba la iniciativa conyugal muchas veces”. (citado en Ríos Lloret, 203).

La sexualidad y la enfermedad en el cuerpo de la mujer tenían su nacimiento en el útero. La clorosis, la neurastenia o la histeria van a ser algunas de las enfermedades propias del sexo femenino durante este siglo, relacionadas con su útero y su actividad sexual.

La histeria, quizás la más conocida de las tres, ha sido definida a lo largo de la historia de maneras muy diferentes. En el siglo XIX se consideraba como una enfermedad que afectaba “exclusivamente a la población femenina, se afirma que se produce especialmente en aquellas mujeres que no pueden desarrollar determinadas funciones físicas por motivos morales, especialmente por la privación del deseo sexual” (Folguera, 424). Los síntomas empezaban con un dolor en el vientre, seguido de cambios de humor (ataques de risa o llanto) y convulsiones, dolores de cabeza, desfallecimientos, palpitaciones, trastornos de visión y audición y pérdidas de conciencia (Iglesias, 8).

La neurastenia, por otro lado, constituía una forma de enfermedad nerviosa femenina, mucho mejor aceptada que la histeria por la clase médica y por la sociedad en general, aunque los síntomas eran similares. La neurastenia, o debilidad nerviosa, comenzó en Estados Unidos, siendo descrita por primera vez como un desorden nervioso funcional sin base orgánica, que afectaba por igual a hombres y mujeres, sobre todo de clases acomodadas, siendo su causa principal las presiones sociales.

La doctora Margaret Cleaves, ejemplo de mujer intelectual paciente de neurastenia, relacionó la neurastenia femenina con el exceso de trabajo y las dificultades de la mujer para conseguir sus ambiciones de éxito profesional, intelectual y social en las estructuras de la época.

Por otro lado, la clorosis, una enfermedad inventada[4], se detectaba por el color verdoso que se suponía confería a la piel de las pacientes. Se trataba de una anemia que, según los médicos, podía tener causas ambientales, constitucionales y morales. Dally Ann, en su obra Women under the Knife. A History of Surgery destaca algunos factores desencadenantes: “Living in dark, badly ventilated or poorly lit rooms, poor diet, excessive study, lack of exercise, derangement of the menstrual function, impoverished blood, disease of the nervous system, a morbid condition of the organs of generation, the result of masturbation” (citado en Iglesias, 7).

La medicina define a las mujeres como tendentes a sufrir patologías de tipo psíquico ya que su cuerpo estaba destinado a ello. De hecho, el psiquiatra E. Kraepelin (1856-1926) llega a afirmar que el setenta por ciento de las mujeres eran histéricas. Las mujeres, atrapadas en su ciclo menstrual y en los embarazos, con un sistema nervioso de gran susceptibilidad a los estímulos externos, estaban, condenadas de por vida a la debilidad y a la enfermedad.

Si las enfermedades, creadas e inventadas desde “la experimentación y el razonamiento” ya estaban condicionadas por el sistema patriarcal, los remedios no van a ser menos. La aplicación de descargas eléctricas en la pelvis o el uso de sanguijuelas en los órganos genitales, e incluso en el útero, son algunos de los tratamientos recomendados por prestigiosos ginecólogos. La cirugía, las curas de reposo o de agua, o incluso, el manicomio eran otras soluciones posibles a estas enfermedades creadas por los hombres. Como explica Iglesias, la segunda mitad del siglo XIX lleva consigo un incremento en las enfermedades psiquiátricas de las mujeres. “Todavía en 1845, los hombres internados en hospitales psiquiátricos sobrepasaban a las mujeres en un treinta por ciento. Sin embargo, durante la década siguiente la población femenina recluida era ya superior a la masculina” (4).

IV.           Conclusiones

Las preguntas que les surgieron a los hombres del siglo XIX, ¿qué es la mujer? ¿cuál es su destino? y ¿qué lugar debe ocupar en la sociedad? fueron contestadas desde diferentes ámbitos. Los sacerdotes asignaron a las mujeres el papel espiritual y moral en la sociedad, los jueces redactaron las leyes, excluyendo a este sujeto “mujer” el cual se convertía en un sujeto infantil y por tanto necesitaba de la tutela y dirección de los adultos-hombres y, los políticos liberales destacaron su papel de madre de la nación.

Los médicos como hemos visto, no se quedaron atrás. Con el auge de la nueva medicina social y el prestigio que iba consiguiendo el racionalismo y las ciencias experimentales dentro de la sociedad, los doctores, llenos de poder y, sobre todo, de “razón” (una razón que era única y universal y se basaba en la experimentación para demostrar su legitimidad) establecen lo que es ser mujer.

Este ser mujer se define, como hemos visto, por contraposición a lo que ya estaba definido: ser hombre. Por tanto, las normas de conducta, las definiciones y explicaciones del cuerpo y del intelecto de la mujer van a tomar como modelo la figura del hombre. El hombre, cuyo cuerpo era el modelo a seguir, estaba lleno de salud. La mujer, cuyo cuerpo pecaba de no seguir el modelo, se va a definir como negativo y por tanto poco saludable. Igualmente, el hombre será el cerebro y la mujer será el corazón, la parte afectiva de la sociedad. A la debilidad y al amor se le sumará la otra característica que hemos estudiado: la maternidad. El hombre, productor, la mujer, reproductora.

Enfermas, ignorantes y vasijas fueron los roles que la medicina, entre otras disciplinas, establecía para las mujeres. Sin embargo, detrás de estos papeles asignados se encontraba un razonamiento y un fin que no tenían nada que ver con la adquisición de derechos, sino más bien con la designación de un nuevo destino.

La Doctora Castells destacó en una ocasión la semejanza existente entre la mujer y un árbol. De ella

“[…]dependían la mayor parte de las cualidades del fruto y he aquí que no podemos dudar ni un solo instante de la relación que existe entre la educación de la mujer y la perfección de la Humanidad” (21).

Estas últimas palabras hacen referencia a la creencia que existe en esta época del objetivo social de la mujer: la mejora de la sociedad. Encargada del progreso social y de la perfección del Estado- Nación se la va a educar para tal fin.

Por tanto, la educación de “la mujer”, impregnada de los preceptos católicos y positivistas que tienen como objetivo esa mejora social se orientará hacia los otros, más que hacia sí misma. Como hemos visto a lo largo de este estudio, se reclama una educación para las mujeres, pero esa educación, más que una oportunidad para ellas, es un medio a través del cual el Estado crecerá como nación. Esta instrumentalización de las mujeres por parte de la medicina social, y de otros mecanismos como la nueva escuela racionalista, se deja ver en la prensa.

En la revista que hemos elegido para analizar estos mensajes existe una continua justificación “social”, que no es tal, pues es más bien una justificación “patriarcal”, de cualquier demanda de mejora en la situación de los derechos de las mujeres. Desde la disciplina de Higiene que sirve para paliar la mortalidad infantil hasta la asignatura de Gimnasia que le servirá a la madre para contribuir al desarrollo y mejoramiento de las condiciones físicas de sus hijos. De esta manera, “¿qué es pues la mujer? Un ser preciso, indispensable en la sociedad, a quien debe la vida la Humanidad entera, que á todos proporciona mayor ó menor felicidad” (Castells, 22.). Una existencia para “el otro” es el mensaje que va a transmitir la revista. Un mensaje envuelto de razonamiento y prestigio, pues la mayoría de autores que participan son importantes doctores y literatos cuya autoridad es indiscutible en la sociedad del XIX.

La Madre y El Niño supone un medio de comunicación más al servicio del tradicionalismo social, disfrazado de modernidad tras las nuevas teorías científicas pero, que sin embargo, van a seguir afirmando la inferioridad femenina y la necesidad de la tutela de estas a cargo de los hombres. La revista, preocupada por los problemas sociales que atañen al Estado español, mirará por la infancia y los niños y niñas del país adjudicando y culpabilizando de estos problemas a lo que se denomina “el bello sexo”. Los autores, y como hemos visto, alguna autora, asumen el papel de poseedores del conocimiento y de la verdad, y desde esta posición se atribuyen la responsabilidad de la educación de las mujeres, no ya en temas meramente higiénicos sino alcanzando una dimensión mayor, moral y religiosa.

V.  Referencias bibliográficas

“Decálogo de la madre”, 1882, La Madre y El Niño, Tomo I, nº 1, p. 9.

“Propósitos y esperanzas”, 1883, La Madre y El Niño, Tomo I, nº1, pp. 1-2.

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Biografía

Paula Lerones Robles

Estudié el Grado en Humanidades y Estudios Sociales en la Universidad de Castilla-La Mancha donde me gradué con un estudio sobre La mujer protagonista en la literatura occidental del siglo XIX: Madame Bovary y La Regenta. Al año siguiente cursé el Máster en Estudios Avanzados en Historia del Arte Español en la Universidad Complutense de Madrid donde presenté Palabra e imagen: dos formas de actuación. Del ángel del hogar a la femme fatale. El año pasado realicé el Curso Historia de las Teorías Feministas organizado por el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid y presenté la comunicación "Aproximación a la moda femenina del Romanticismo español" en el I Congreso Jóvenes Historiadores, organizado por la Universidad Rey Juan Carlos. Actualmente me encuentro trabajando en la Biblioteca Nacional de España y en mi segundo año de Doctorado en Estudios Interdisciplinares de Género (Género, Historia y Producción Cultural).


 

[1] El sistema educativo durante el siglo XIX se presenta como un problema palpable no sólo en la clase baja sino en todos los estratos de la sociedad. Sin embargo, como afirma Scanlon, durante este siglo, gran parte de las reformas educativas van a ir orientadas hacia la instrucción masculina, quedando la femenina fuera de la legislación. Nadie se va a cuestionar la educación tradicional de las niñas hasta después de la Revolución del 68, “cuando los esfuerzos de los krausistas organizando conferencias y creando escuelas consiguieron que la opinión pública se interesara algo por el tema”. Aun así, la tasa de analfabetismo femenino en 1860 mantiene un 86 % de mujeres iletradas, cifra que empezará a bajar a partir de 1900 con un, también alto porcentaje, de 71,4 %. (Scanlon, 207).

[2] La revista se publica en cuadernos de 16 páginas a dos columnas el 15 de cada mes con buen papel y una esmerada impresión, aunque con escasos grabados. Se empieza a editar en Madrid, en calle de Atocha, nº 96, (posteriormente en el nº 143), segundo derecha, aunque la redacción y la administración se encontraban en la calle del Lobo, nº 22, segundo izquierda. El precio de suscripción en España era de 5 pesetas anuales. Su distribución llegaba a Portugal, Ultramar y al resto de países de la Unión Postal por 1.200 reis, 3 pesos y 10 francos respectivamente. A los suscriptores se les regalaba un folletín a elegir entre obras de distintas autoras como Emilia Pardo Bazán o la Condesa Locatelli o autores como Tolosa Latour o Marcos García, entre otros.

[3] En este sentido resulta obligado citar la obra de Juan Huarte de San Juan (1530-1589) Examen de Ingenios para la ciencia, publicada en 1575 y dedicada al rey Felipe II. Esta obra puede ser considerada la primera teoría psicológica de las diferencias de sexo, en este caso basado en unos constructos de raíces clásicas, los humores corporales. (Bosch y Ferrer Pérez, 2003: 125).

[4] Aún aparece en la edición de 1987 de la Enciclopedia Larousse una de las acepciones del término clorosis como "Tipo de anemia propia de la mujer joven". Según Iglesias, se debe tener en cuenta que para diagnosticar la anemia es preciso medir el número y tamaño de los glóbulos rojos y la cantidad de hemoglobina que llevan. La primera medición con éxito de glóbulos rojos no pudo realizarse hasta 1852 y no se dispuso de un instrumento adecuado para medir la hemoglobina hasta 1875. Con anterioridad a 1870 no se realizaban prácticamente análisis de sangre, por lo que el diagnóstico de la clorosis se realizaba frecuentemente teniendo en cuenta los síntomas, el sexo y la edad de la paciente (7). La enfermedad, más imaginaria que real, desapareció prácticamente a comienzos del siglo XX.

 

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