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études féministes/ estudos feministas
Aprendizajes de género, marcas y modelos corporales de las mujeres mayores en México La madre patriótica, la princesa destronada, la loca y la madre profesional Delia Lucía Gascón Navarro
Resumen: El presente artículo utiliza materiales obtenidos en una investigación en curso en la actualidad sobre la relación entre la corporalidad y el género, relación ésta poco trabajada cuando se trata de las mujeres mayores. A partir de las narraciones sobre sus itinerarios corporales por parte de tres mujeres entre los 60 y los 90 años, se proyecta una mirada retrospectiva a los aprendizajes de género de las mujeres mayores en México, a las marcas corporales de subalternidad impuestas por el androcentrismo y a la relación que existe entre tales aprendizajes y sus vivencias corporales durante sus cursos vitales. Palabras claves: corporalidades, modelos corporales, identidades corporales, itinerarios corporales, mujeres mayores, roles, aprendizajes de género, madre patriótica, madre profesional.
La longevidad de las mujeres es una realidad muy reciente en la historia; los avances médicos, en particular de la ginecología y la obstetricia, el acceso a cuidados y una mejor alimentación, junto con la disminución del número de hijos y el aumento de la importancia de la vida de las mujeres – a la hora de decidir en los partos complicados entre la vida del hijo y la madre (Perrot, 2006) – son factores que han influido de manera significativa en lo que se ha dado en llamar actualmente, la feminización de la vejez . Las mujeres cuyos puntos de vista retomamos aquí, han formado parte durante tiempos prolongados de su vida, de familias monoparentales, o más exactamente matricentradas[1](Heritier, 2002), uno de los modelos más evidentemente presentes en la realidad mexicana[2]. El presente texto integra las voces de quienes relatan parte del aprendizaje de género que implica la transición de roles atribuidos socialmente a las mujeres y sus experiencias posteriores vinculadas con tales aprendizajes[3].
Producción y reproducción de roles
“En los pueblos de antaño, las campanas repicaban menos tiempo por el bautismo de una niña, así como por el entierro de una mujer. El mundo sonoro está sexuado” (Perrot, 2006 :53) El alto grado de analfabetismo o de niveles muy bajos de educación formal aludidos en trabajos e informes para la población de más de 60 años en México, permite la diferenciación a favor de los varones y de quienes viven en zonas urbanas con respecto a las mujeres y en particular a las residentes en zonas rurales. En sectores de población por encima de los 60 años en 2010, la tasa de analfabetismo es de un 24.6%, del cual el 19.9% corresponde a los varones y el 28.7% a las mujeres, porcentajes que muy por encima de la media nacional se duplica en áreas rurales, donde se eleva a un 45.1% , en este caso 37.2% corresponde a los hombres y 53.2% a las mujeres, “el promedio de escolaridad de las personas en el grupo de edad 60-64 años era de 6.4 años en los hombres y de 5.4 años en las mujeres; para los de 85 años y más el promedio disminuyó a 2.9 y 2.7 años, respectivamente” (CEDAW, 2010). El discurso sobre la educación que recibieron las informantes por parte de sus familias de origen, refiere a una formación igualitaria puesto que varones y mujeres aprenden y enseñan a hacer todo tipo de tareas, lo que era necesario para cumplir con las múltiples actividades que implica el mantenimiento de una familia numerosa, lo que era muy habitual durante la infancia al menos de las dos mayores. Este aspecto es explicitado en particular por la primera informante, aunque es frecuente escuchar comentarios en el mismo sentido, lo que contrasta con las prácticas en la elección de quienes acceden o no a la formación académica, tanto en sus familias de origen como en las que ellas reproducen posteriormente.
R: “… todos mis hijos son grandes ya, hombres, el más chico va a cumplir sesenta años y él sabe cocinar, sabe todo…si, así es como aprende uno, yo cuando trabajaba les dejaba su tarea a mis hijos les enseñaba a lavar y si se las lavaban mal les castigaba ¿así, te gusta así lavar? Pues así póntela, yo no puedo lavar, y saben lavar, planchar, saben poner un botón, si saben todo, aprendieron…” (R. Grupo 7: 81-90) M: “…cuando se casaron mis hermanas, mi mamá me sacó de la escuela, porque dijo que le tenía yo que ayudar, entonces me sacó de la escuela, bueno no me dejó ni terminar sexto que ya iba yo a terminarlo, no me dejó D: ¿la primaria? M: la primaria” (M. Grupo 6: 71-80) R: ”…a los hijos no los metí allá al puesto, no…no, ellos en la casa, ahí tenía otra de mis hijas que los manejaba D: ¿qué hacían ellos R? R: estudiaban, estudiaban, se lavaban su ropa, limpia la casa, su recámara cada quien, la calle limpia y todo y la escuela (…) D: y todos los chicos estudiaron entonces R: todos D: eran los más pequeños ¿verdad? R: sí y las muchachas estudiaron hasta primero y segundo de secundaria D: ¿ninguna quiso más?... ¿ya no se podía?... R: no, ya no, pues después creció la familia, más los gastos, la escuela de todos y pagando casa a cuenta de renta, pero era compromiso que cumplir…” (R. Grupo 7: 81-90) Z: “…fue en la secundaria a finales (cuando su padre se marchó de casa) y entonces le dije a mi mamá que yo no iba a hacer la prepa, que iba a estudiar una carrera corta, que me dejara dinero porque en la casa no había money, mi hermano estudió para maestro pero antes dilataban nueve meses… D: desde que acababan la carrera hasta empezar a trabajar Z: a trabajar” (Z. Grupo 5: 61-70)
En términos generales, De Oliveira, Eternod y López (1999) estiman que los grados más bajos de escolaridad implican grados mayores de sometimiento de las mujeres. En la época en la que las informantes eran niñas, especialmente las dos mayores, R y M, estudiar no era una actividad que realizaran mayoritariamente las mujeres de familias trabajadoras en México, lo que se incrementa drásticamente en las zonas rurales. La edad y el lugar ocupado entre las hermanas y hermanos a veces por tratarse de las más pequeñas, en el caso de Z, otras veces de las mayores, en el de R primero y después de sus propias hijas, o por estar en un lugar intermedio como ocurre con M, sirve para justificar la elección de los varones para el estudio, argumento este que expresa la lógica y la racionalidad dominantes desde la ideología sexista hegemónica que naturaliza la marginalización de las mujeres, incluso cuando ellas mismas deciden no estudiar más y añaden a cualquier argumento su falta de interés por los estudios, como si fuera necesario aclarar que ellas fueron quienes eligieron no hacerlo.
M: “era yo media burrona, burrona, más en aritmética, yo recuerdo que me gustaba mucho la historia, pero en aritmética era yo bien burra…” (M. Grupo 6: 71-80) Más adelante retomar su formación por parte de M será incluso motivo de un escándalo generalizado en la familia que sanciona su interés por el arte dramático y el baile, ambos fuertemente relacionados con una apropiación del cuerpo, entendida como signo de inmoralidad expresados en su supuesta “locura”, como queda etiquetada su iniciativa y que llega a poner en cuestión la posibilidad de la celebración de su boda por el rechazo de su comportamiento por parte de la familia de su futuro marido. M: “…había un señor que era maestro de baile de las grandes artistas, de, esta… Ninone Sevilla, de María Antonieta Ponce, de Silvia Pinal… entonces yo iba a una academia de esas del Seguro Social, yo quería aprender a bailar, pero yo estaba en arte dramático, a mi me gustó el arte dramático, entonces, este… entonces, un día se me ocurrió ir a verle, le decía que si podía darnos clase, ¡ay! Pues se hizo un escándalo, ¡ay, horrible!, porque yo había ido ahí, lo había ido a buscar, que porque era yo una loca…” (M. Grupo 6: 71-80) Las tres informantes, R, M y Z vinculan los primeros años vividos con su realidad actual, pero mientras R la recuerda como sucesión de un aprendizaje de labores y con una marcada responsabilidad sobre sus hermanos más pequeños, M la sitúa como origen de un malestar corporal (Esteban, 2004) que se prolonga en distintos momentos de su vida y con el comienzo de la realización de tareas del hogar y Z, hija de una pareja de profesionales, habla de una época feliz en la que era centro de atención familiar. Retomamos las narraciones sobre los aprendizajes de los roles de género y sus prácticas cotidianas a lo largo de sus vidas, en relación con los mismos. R: “…fui la más grande de mis hermanos, fueron muchos, mi madre tuvo 24 y fui la más grande, la segunda, y yo fui, fui creciendo, pues normal, y llegando ya el momento de poder ayudar a mi mamá a cuidar a mis hermanitos…me dejaba una niña de meses, una bebita, tendría (yo)… ¿qué será? Como siete años, porque cada año tenía una criatura (…) me dejaba la niña chiquita y dormida, le daba bien el pecho, me la dejaba dormida en una hamaca y ahí tardaba dormida, yo aprovechaba barrer, lavar los trastes, hacer lo que se hacía y cuidando a mis hermanos (…) mire, mi madre molía, no había molino, no había luz, ella tenía su metate, a mi me dio un metatito así pero era, le nombrábamos el burrito al metate, porque era una piedra de tezontle, ahora sí que propia para metate, no tenía patitas, era una piedra, nada más se asentaba y para que no se moviera se le ponía una piedrita de cada lado, al frente y ahí se molía, se hacían tortillas con leña D: ¿Cuántos años tenía cuando aprendió a hacer las tortillas? R: como 9 años (…) no me gustó jugar, fui muy delicada porque luego entre juegos se hacen pesadeces, a mi no me gustó eso, asique yo no… veía jugar y todo, pero para mí no, yo lavar, planchar, recoser, trabajar, a los once años, ¿Cuánto cree que ganaba yo?... uno cincuenta, un peso cincuenta centavos… si, iban a ver a mi mamá matrimonios acomodados, no tenían familia y me iban a ver a mi madre, préstame a tu niña, la quiero para compañía, y me iba y me pagaban por mes… y por eso yo creo que no se me dificultó en mi vida nada (…) mi vida fue digamos una enseñanza, enseñanza que uno ve, que uno, a uno le produce, saca uno para comer, para sostener, se sigue y se sigue…” (R. Grupo 7: 81-90 años) M: “eran tres mis hermanos solteros, y mi papá pues eran cuatro hombres, yo los lavaba, los planchaba, hacía el quehacer, mi mamá, casi, casi, nada más la comida, yo hacía todo y mi papá le gustaba que yo le hiciera las tortillas a él, entonces mi mamá hacía unas tortillas muy así muy tersas, muy bonitas, muy parejitas, y yo marcaba los dedos y las hacía gorditas y mi papá eso le gustaba, decía que sabían más sabrosas y que así las hacía su mamá que marcaba, y, y yo también las marcaba, enton me dejaba mi mamá y ahí hacíamos unas comidas mi papá y yo, porque yo le hacía las tortillas y platicaba más con mi papá…” (M. Grupo 6: 71-80) Z: “…jugaba mucho, que mis papás me querían mucho… era la consentida de mi papá y de mi mamá, era la más chiquita, pos claro, era la consentida de mi tía y de mi abuelita y de mi prima, que ya era una mujerona…” (Z. Grupo 5: 60-70) La especial cercanía con el padre, como figura masculina idealizada es recurrente en el relato de las tres, mientras que la relación con la madre – reproductora de los roles tradicionales – es distante, limitante o violenta en el de las dos mayores a diferencia de lo que ocurre en la narración de Z, la más joven, quien ante la salida del padre de la casa familiar, refiere el fortalecimiento del vínculo con su madre y su hermano mayor, para poder salir adelante los tres. R: “…pero a mí me sonaban… y mi papá me defendía mucho, y, y mi escapatoria era chisparme de la casa, irme al otro lado de la calle con mi abuelita…su mamá de mi mamá y, y llegaba mi padre en la tarde no me veía, ¿qué pasó?, nada, ¿cómo nada?... aquí falta alguien, ¿a dónde está?, se fue a ver a mi mamá, ah, muy bien, ahí se calmaba un momento y ya iba mi papá con mi abuelita…iba, ¿Qué pasó hija?, pues nada, lo de siempre, de chiquillos con los demás, ah, muy bien, vámonos, y me llevaba, un día llegó impensadamente y la encontró que me pegaba y mi papá me agarró, pero eso más chica y me abrazó y me llevó a su rancho…” (R. Grupo 7: 81-90) M: “…me gustaba, pero mi mamá nunca quiso que saliéramos en ningún bailable, ni nada, que ella no iba a gastar para un ratito y yo quería todo, quería salir y quería bailar, y, y, y hacer todo el mitote y mi mamá nunca me permitió…” (M. Grupo 6: 71-80) M: “…era yo la consentida de mi papá y mi mamá, no sé si serían celos o no sé que, me decía que era yo la más fea…” (M. Grupo 6: 71-80) Z:”… mi papá era muy bueno pero no tenía carácter, la del carácter era mi mamá y, y este, gracias a Dios, ¡sí!, si no hubiera sido yo una… no, no…” (Z. Grupo 5: 61-70) Z: “… a mi si me dijeran ¿qué edad te gustaría o que época? cuando estuvimos los tres solos, mi mamá, mi hermano y yo, éramos muy unidos a veces había que comer y a veces no sé cómo le hacía mi mamá, ahí este… se rifaban la sopa de migas, la de tortillas, los chilaquiles… este… todo, antes ¡eran tan buenas las tortillas!, ahora son puro… pero por ejemplo las que se ponían duras, las ponía mi mamá a remojar, luego las hacíamos así íbamos al molcajete, se molía y volvía a salir masa y echábamos para hacer sopesitos, o las tortillas que no alcanzaban…” (Z. Grupo 5: 61-70)
La idealización de la figura masculina paterna protectora en la narración de R y M, contrasta con la de la madre como transmisora de normas y papeles tradicionales, designada socialmente para tal función, asumidas por las dos informantes[4]. La sucesión de tareas adquiridas como dominio propio con el que R se familiariza desde muy pequeña especialmente significada por ser la mayor de los hermanos, así como lo excepcional de la preparación académica de las mujeres en la época y especialmente en el medio rural, incide en la percepción de la vida como una carrera o itinerario recurrente de aprendizajes y práctica para la actuación de sus roles como esposa y madre, o tan solo en la ejecución de los mismos sin la supervisión materna posteriormente, una vez casada.
R: “…si, así fue mi vida, ahí le digo de la niña, despertaba, pues tenía hambre, lloraba y lloraba, y me decía mi mamá, yo le decía, ¿qué le doy? No había biberones, no había nada y entonces pensó una vecina, la llevas con fulanita, que le dé por favor tantita lechita, tantito pecho en lo que llega y así lo hacía y había momento en que no estaba o salía, o le acababa de dar a su criatura… ¡ay! un día me lloraba, mucho me lloraba, le hice un té de hierbabuena, ¿con qué se lo doy? Y cambié a mi niña y la tenía y en su costurero de mi mamá busqué un trapito nuevo, un recorte de tela, lo lavé muy bien y mojaba yo el trapito y en la boquita gotas de té, y ya se llenaba de agua…y se me dormía, en lo que llegaba mi mamá…” (R. Grupo 7: 81-90)
Los comentarios que destina Perrot a describir la situación de las mujeres francesas de clase obrera y campesina durante el siglo XIX, recuerdan las vivencias de quienes están en los grupos de edad en la actualidad entre los 60 y los 90 años en México, a las mujeres “[...] se las pone a trabajar más temprano en las familias populares, campesinas u obreras, retirándolas precozmente de la escuela, sobre todo si son las hijas mayores. Se las recluta para tareas domésticas de toda clase. Futura madre, la niña reemplaza a la madre ausente. Se la educa, más de lo que se le instruye” (Perrot, 2006 :54)
Corporalidades marcadas: la princesa destronada y la loca La consideración del propio cuerpo como valor pasa por la demostración de su aptitud para el trabajo, es a través de su capacidad para hacer grandes esfuerzos como las mujeres lo connotan en términos positivos en el caso concreto de R y Z, la mayor y menor de las informantes. La propia capacidad para la actividad productiva es uno de los criterios que permite su adaptación a un medio que exige de un trabajo constante para la supervivencia, para R y M por ser esto característico del medio en que se desenvuelven y en el caso de Z que podría haber tenido otras expectativas en función de su grupo social y familiar, siendo hija de una pareja de profesionales, por la circunstancia particular de la ausencia paterna y del abandono previamente, de su puesto de trabajo por parte de su madre, por exigencia de su marido. Otros significados del cuerpo percibidos por las mujeres son los vinculados al mismo como objeto de deseo para otros, especialmente para M y Z, en caso de sus parejas y el referente para ejercer la maternidad de manera explícita en las tres.
M: “Y él lo primero que me conoció fueron las piernas…porque estaba la cortina de ahí de donde yo estaba, ya estaba a medio bajar, que ya se iban, ya nada más estaba yo esperando que recogieran D: estabas en una tienda M: si, en un negocio, y este… y él estaba así en el camellón y dijo ¡que bonitas piernas! ¿Cómo estará lo demás? y ya entró y dice, pues me gustastes toda, dice, desde las piernas todo me gustó” (M. Grupo 6: 71-80) Z:”…estaba yo como quería… y quería yo mucho…” (Z. Grupo 5: 61-70) En Z. hay una repetición de una supuesta condición superior previa que marca – por la vinculación con su familia de origen y por otra parte con una identidad corporal que define en base a una afección del corazón que sufre desde niña, así como por sus características físicas acordes al modelo corporal ideal – toda la vida posterior a pesar de haberse visto obligada a trabajar desde muy joven cuando su padre se marcha de casa después de haber exigido a su madre que dejara su puesto de trabajo. Tal marca impregna su historia y la identifica a través de su narración como diferente. Z: “si, entonces yo no supe lo que era deportes, yo las veía y le decía a la maestra, maestra quiero hacer eso D: ¿ah, sí, querías? Te daban ganas porque iban todas… Z: iban todas mis amigas, y me empezaron a cargar la pila porque decían: mira, la princesita no viene a jugar con nosotros” (Z. Grupo 5: 61-70) Marca de superioridad, que a pesar de las circunstancias económicas adversas, según la percepción de la informante, atraviesa de principio a fin su historia de vida. Z: “…entré (a una empresa de seguros norteamericana) por un señor que no conocía, yo tenía miedo que fuera a ser un sátiro el pobre señor Fr, porque yo fui a hacer este… el examen para cajera del Banco Longoria que estaba en Venustiano Carranza, y este… y si, todo muy bien, muy padre todo, cuando vieron mi edad dijeron que no podía, este… y sobre todo porque era una institución de crédito y tenía yo que manejar dinero… dice: cuando tengas 18 años… regresa, y yo con los zapatos agujereados, que pisaba yo un chicle y decía, mmmm ¡ahora me tocó de tuti fruti! Y ese día fue tan fuerte el impacto que me recargué… había la puerta de un edificio y me puse a llorar, así casi pegado al banco, llora y llora y me vio el Señor Fr, salió, me dijo…¿Por qué lloras? ¿y este, qué onda? Desgraciadamente fui una mujer muy asediada y este…no, por nada… no, si chamaca, dime, un güero, colorado, de ojos azules, este… dime qué te pasa, ¡aaaay!, es que vine a hacer el examen y no tengo la edad, ya le conté toda la historia, me dijo ¿y realmente quieres trabajar (hace un gesto de sobresalto) ¡siiiiiiiiiiii!, pues es que si no trabajaba a mi hermano no le habían pagado, dice, bueno, sécate esas lágrimas y te voy a conseguir una chambita ahorita, mientras no sea de prosti, todo va bien, me subió a la supervisoría que era del Señor ST y le dijo a la secretaria: oye fulanita, te voy a pedir un favor, arréglame a la señorita, dice, porque la voy a subir con el Señor GC y si, ya más o menos, vente y este… mira A, te voy a presentar a la señorita, mira, dile tu nombre, ¡no sabía ni mi nombre!, ya, fulana de tal, ellos eran de Monterrey y este… y ya platicó conmigo y le dice, es amiga de mis sobrinas, dice ¿para qué soy bueno? le dice te quiero pedir un favor, dale trabajo a esta chamaca, ¡no! le dice, pues con esos apellidos y ese porte, ¿quiere trabajar? y además veía yo así como princesa destronada, que luego me bajaron los humos…” (Z. Grupo 5: 61-70) Z: “… mi hermano cuando íbamos a alguna fiesta me decía tu, con tu mirada de princesa destronada no vas a bailar en toda la noche…” (Z. Grupo 5: 61-70)
La correspondencia de Z con el modelo ideal de mujer heredado de la colonia y posteriormente publicitado en el cine, como “la belleza”, la mujer rubia de piel clara y con apellidos conocidos por pertenecer a una familia bien situada socialmente, tiene que ver con su forma de percibirse y referirse a sí misma como alguien que tuvo todas las posibilidades y a pesar de ello, vivió una perpetua situación de desventaja que siempre trabajó para revertir, “la princesa destronada” por tanto. Se hace expresa la creencia de la pérdida de la belleza, por tanto según Montero (2008) de un atributo esencializado de lo femenino, pero no se ocultan los signos de envejecimiento en R y Z, mientras para M es motivo de broma. También M recuerda de manera especial una huella corporal, en su caso vivida como negativa, la condena a la locura ya mencionada como descrédito moral incorporado que como ella señala, se le atribuye en muchas ocasiones a lo largo de su vida vinculada con su maternidad siendo soltera y que aún es motivo de emoción y disgusto cuando refiere el momento en que dijo a su familia que tenía una hija.
M: “…un primo de mi mamá un sacerdote, y fue a la casa y le platiqué, dice ¿y qué quieres hacer? Digo, quiero que lo sepan, ya, o me corren o me aceptan, vamos a empezar con V dijo, y fíjate que ya, que le habla a mi mamá dice mira, V, a tu hija le pasa esto, está sufriendo mucho y mi mamá dijo ¿y a qué regresastes?, vete dónde estabas, dije, pues si me voy, V no digas eso, si, dice, que se valla, entonces llegó mi papá, como me acuerdo que llegó de trabajar y se sentaba luego, luego, y va el padre, dice ven vamos a platicar con tu papá, se lo dijo delante de mí y yo como me acuerdo que me hinqué, le agarré la mano (llora) le dije que me perdonara, mi mamá no dijo nada…a mi mamá no le pedí perdón, porque ella luego, luego, me corre, mi papá si… dijo mi papá ¿Dónde está esa niña? Ya dije donde, bueno, mañana la quiero aquí, fíjate mi papá… y entonces este… dijo que, que quería hablar con mis hermanos mi papá, ya hicieron una junta, como me acuerdo, ay, mi mamá no quiso estar, y, y, y, y este, y mis hermanos y todos, todos me dijeron, tu hija se debe de criar aquí, fíjate…” (M. Grupo 6: 71-80) La marca negativa también es un signo distintivo en su caso. La locura con la que socialmente queda sancionada como señal de un estado de liminalidad, entre la consideración de la normalidad y de la anormalidad, entre la aceptación y la sanción social, y la vejez como degeneración corporal inaceptable que aclara no negar, son aludidas en sus entrevistas. Maneja la ironía en un discurso en el que se articulan el acatamiento de la norma interiorizada, un relativo rechazo a su propio cuerpo sancionado socialmente y la posibilidad de reírse de sí misma, de las normas y de los demás, lo que supone cierto grado de transgresión y le permite finalmente una autoaceptación estratégica a través siempre de la aceptación masculina. El pelo largo aparece especialmente connotado en el relato de M, como símbolo de feminidad, tal como lo señala Perrot (2006), feminidad excesiva, o en cuestión. M: “…yo después que tanto nos dijera mi mamá que era yo fea, y dice, pero ¡qué guapa está tu novia! T, que guapa está, está usted muy guapa señorita, yo dije ha de estar medio ciego… yo, yo bonita no fui nunca, ¿sabes que era yo?... atractiva, a mí se me hace que era yo atractiva, pero yo si creía ser así atractiva, pero bonita no (…) yo si tenía pegue, tuve mucho pegue con los hombres, eso sí, mucho pegue que tuve, fíjate…” (M. Grupo 6: 71-80) M: “…yo tenía el pelo así muy cortito y usaba chongos, así postizo cuando era novia de mi marido…me decía mi mamá: un día se te va a caer, me ponía de esas así y un día que íbamos a ir al cine, como me acuerdo que íbamos cruzando La Alameda y yo bla, bla, bla, bla y él: si, digo ¿qué tienes?¿estás cansado? ¿estás enfermo o qué tienes?, si te sientes mal lo dejamos para otro día, dice ¿cómo crees que me sienta con lo que hicistes? digo yo ¿pues qué hice?, ¿qué hice? te cortastes el pelo, ese día no me puse el chongo, dice ¿y tu chongo?, digo son postizos, (…) por lo que hicistes, ¿cómo quieres que me sienta? y yo ¿pos, yo que hice?, ¡si ya casi me iban a canonizar! (se ríe) pues ya salí rápido y ya no me lo puse, pero nunca creí que iba a tener ese efecto, tú, se enojó…” (M. Grupo 6: 71-80) M: “… ¿sabes que me decía mi esposo? Vieja loca, le salía yo así con uno de mis chistes y me decía vieja loca, le decía, lo de loca pase, pero vieja no…” (M. Grupo 6: 71-80)
Cuerpos marcados por la subalternidad y nombres se funden en los relatos de R, M y Z con significados profundamente diferentes, para R, es transferido como un designio divino revelado a través de la fecha de nacimiento[5], en el de M su matrimonio significa la adquisición por su atractivo físico como mujer, de un nombre y un lugar que neutralizan una marca social incorporada de condena y para Z su familia de origen y los apellidos que le dan su ser, marcan su aspecto físico y sus posibilidades futuras.
Alternancia de modelos corporales: maternidades patrióticas y profesionales Hay que contextualizar a partir de la trayectoria de las informantes, sus actuales identidades corporales, resultado de toda una historia de vida. En México, el movimiento armado de 1910 introduce nuevas corporalidades ideales como reflejo del nacionalismo mexicano, el nuevo hombre es un atleta patriótico y en el caso de las mujeres corresponde para las campesinas al de una heroína en la que encarna “[...]el mestizaje cultural y racial del país” (Chávez, 2009 : 48) esto es, la reproductora encargada del “mejoramiento de la raza”. Por otra parte contrasta con lo anterior, la idealización de los cuerpos de las mujeres de la burguesía, vinculados con un modelo de autonomía y diferenciación entre cuerpo femenino y maternidad difundido por el feminismo (Esteban, 2004), que es resemantizado por la industria de cine norteamericano a través de la popularización de las artistas famosas. Se trata de normalizar los cuerpos para acercarlos a una imagen “estándar y jerarquizada” (Chávez, 2009 p.53). Las políticas de población en México, pasaron en los años 30 del siglo XX, de ser claramente poblacionistas – por considerar que la fuerza de la defensa nacional ante posibles invasiones por parte de E.U. se basaba en el incremento de las dimensiones de la población – a restrictivas y orientadas al control de la natalidad en las últimas décadas del siglo en función de un ideal de modernidad, así como del control político y social, impuestas por los gobiernos de la época y aplicadas por las instituciones de salud (Cervantes, 1999). El antes citado modelo cinematográfico tendrá una posterior prolongación popular significativa en las actrices del cine mexicano de años cuarenta y cincuenta en sintonía con la estética y la moral del país, quienes recurrentemente representaban papeles de madres abnegadas o de culpables condenadas socialmente y redimidas por la maternidad, el sacrificio y el castigo, vinculadas con versiones diversas actualizadas de de mujer ángel y mujer demonio, o de Guadalupe y Malinche[6]. La maternidad sobresignificada como definitoria de los roles, es constantemente aludida por las informantes quienes viven en el caso de R los años veinte y treinta, en el de M los treinta y cuarenta y en el de Z los cuarenta y cincuenta del siglo XX como primeras décadas de socialización, cuando es fuertemente promovida por el Estado. Las mujeres en México son fundamentalmente significadas desde la infancia como madres,[7] hasta el día de hoy femineidad y maternidad son manejadas como sinónimos, aunque la tendencia es claramente a la disminución del número hijos a lo largo de estos treinta años sustituyéndose la familia extensa matricentrada como modelo ideal en los sesenta – con una presencia menor del padre quien tenía por su parte generalmente dos familias – con su prolongación en la relación con los vecinos en zonas tan populares como las vecindades, por la familia nuclear publicitada como imagen hegemónica de avance y modernidad. Para R, quien tuvo 23 hermanos, la maternidad, tras su matrimonio con 17 años se lleva a cabo en doce ocasiones, quedando viuda con 45, para M, quien tuvo 9 hermanos, en cinco y para Z, con un hermano, en una sola ocasión, aunque ella hubiera querido tener más hijos. La muerte repentina de su marido tras solo cuatro años de convivencia cuando ella tenía 31 no habiendo tenido hijos inmediatamente, explica lo anterior e implica ya un cambio significativo.
R: “yo nunca ocupé ningún sanatorio ni ningún doctor, doctora recebida, me compraba mi marido mi botiquín en una caja con algodón, con todo lo necesario y eso yo lo tenía para la hora de la hora, una sola doctora, conmigo y mi marido (…) una niña nació sola, ¡sola!, yo estaba en el trabajo con todos mis hijos a una cuadra de distancia nada más y mi marido se iba, como estaba yo embarazada ya para caer en cama, se fue al pueblo a sembrar (…) conforme me recosté me afrontó y se levanta mi muchacho y se va a ver a la doctora, y que se tarda y yo sola con mis niños solos, la más grande era J y T…pero no estaban de experiencia todavía, y yo solita… y le dije a mi hija, háblale a A, la portera de la vecindad y le habló, una señora grande y fue, me fue a ver y como ayudarme se puso a llorar (risas) ¡ay! dice pero ¿yo que hago en estos casos?, esto es muy delicado, uno no puede meter mano y se quedó y en eso le dice, mira niña háblale a las señoras de enfrente, que vengan por favor y fueron, y como ahí descubro que éramos vecinos de pueblo y ahí vivían la familia y fueron dos personas y agarra y me dice no te apures A, horita… mira hermanita aquí quédate con A, horita vengo, se sale de volada y ya llegó una señora, pos ya cuando llegó la criatura ya había nacido, ya no más le dije a la señora retírenmela por favor no se vaya a ahogar, si, dice, hay que limpiarle las flemas, me la retiraron, la taparon, me fajaron, porque no me dejaron suelta y ahí que llega la señora aquella, me arregló a mí y a la niña, todo quedó listo y llega mi hijo con la doctora y dice la doctora, ni modo, ya no me tocó, denme para mi coche y ya me voy, cinco pesos, y se fue y me cobró la señora aquella ¡setenta pesos!, la que me atendió antes de la doctora… todavía después de esa niña, nacieron cuatro varones… ¡y a puro balón mexicano!, no me gustaba que me inyectaran ni que me molestaran hasta la hora de la hora, ¡tenía que salir porque tenía que salir!…” (R. Grupo 7: 81-90)
La intimidad y trascendencia de la ocasión en el contexto citadino actual, contrastan fuertemente con la procesión de vecinas que dan la voz unas a otras sin que ninguna sepa cómo asistir a la parturienta, quien en medio del nacimiento de su hija descubre la procedencia común con algunas de las personas que acuden al llamado. Todo lo anterior reproduce el ambiente de las vecindades de la época en la que las redes vecinales densas en espacios pequeños, como consecuencia de la emigración a la ciudad de México que la caracteriza, operan como prolongación y sustituyen en buena medida los lazos familiares que quedaron lejos geográficamente. Se enaltece como virtud la facilidad con la que se produjeron los partos, entendiendo cualquier ayuda casi como un estorbo. El dolor es despreciado y obviado por R en la medida en que asume el rol antes citado de madre patriótica, pero es solo a través de la narración de cuestiones alrededor de sus menstruaciones, partos, padecimientos e intervenciones, como se refiere a su cuerpo (Vásquez-Bronfman, 2006). Z: “…y no queríamos tener hijos todavía, me decía vamos a esperarnos, para este… cosa que le agradezco, para que tengamos consolidado ya algo, firme…” (Z. Grupo 5: 61-70) Z: “él nunca quiso que yo dejara de trabajar, me dijo aunque sea medio turno, trabaja D: ¿tú querías dejar de trabajar Z? ¿Por qué? Z: si, ¡para estar con mi hijo y con él! Y él no quiso, me dijo no, tú tienes que trabajar, la casa entre los dos la podemos hacer…y sí me ayudaba, tendía las camas, si… era muy carajo, pero era muy bueno…” (Z. Grupo 5: 61-70)
Lo que se ha constituido históricamente como seña de identidad corporal de las mujeres en México y se establece como un eje significante, es sin embargo interpretado de forma distinta en correspondencia con conceptos de la vida diferentes vinculados con momentos históricos que transforman el modelo hegemónico de mujer, de madre patriótica a madre profesional, entre otros factores tan importantes como el origen social y la preparación académica, o la formación e ideología de la pareja[8] y del acceso a un campo laboral como apoyo del ingreso principal masculino, con un incipiente reconocimiento social, sin perder por ello la maternización como eje de la identidad corporal en correspondencia con la ideología hegemónica. Todo lo anterior resulta en consecuencias también variadas en sus historias de vida.
M: “…siempre fueron mis partos en sanatorio particular, mis operaciones también, la última que me hicieron que fue de hernia hiatal…” (M. Grupo 6: 71-80)
A partir de los años 50, la modernidad traerá una medicalización cada vez mayor de la maternidad, el cuerpo y en concreto la asociación femenina de la sexualidad con el dolor físico – por la vinculación con menstruaciones dolorosas, intervenciones quirúrgicas, partos y enfermedades – circunstancias que dejan “marcas en los cuerpos” (Vásquez-Bronfman, 2006:.55) y que terminan constituyéndose en memoria corporal[9]. La patologización del discurso sobre el cuerpo se incrementa en la medida en que avanza en su historia de vida en la que han ido aumentado los padecimientos de R quien tras sus 12 partos y pasados algunos años tuvo que ser operada por desprendimiento de retina y hace ocho años sufrió un accidente vascular cerebral tras el cual quedó inmóvil e imposibilitada para hablar, en una cama. Tras periodos prolongados de rehabilitación ha recuperado totalmente el habla y se encuentra en una silla de ruedas. Por todo lo anterior R necesita de la ayuda del personal del centro gerontológico al que es trasladada desde la mañana y en el que permanece a diario hasta las cinco de la tarde aproximadamente y posteriormente en casa del más pequeño de sus hijos con quien vive. El amor recurrentemente se entiende como acompañamiento y se expresa en el cuidado y en la compañía constante a alguien, como puede apreciarse reiteradamente en la narración de R, e incluso se explicita en el encierro entendido como protección.
R: “…con nadie los dejé (a sus hijos), me sujeté a ellos y yo cerraba a las ocho de la noche, nadie salía ni nadie entraba, recogía llave y no me salía, bastaba con saber que no tenía que salir, si, y así lo hice” (R. Grupo 7: 81-90)
Los relatos de vida de R, M y Z difieren de forma marcada, siendo el centro de interés fundamental en la narración de R la actividad para la supervivencia y sus hijos. Otras relaciones aludidas por R en su relato en ocasiones ha sido la establecida por las vecinas, mientras que Z intercala alusiones a fiestas, reuniones a bailes y amigos en base a una red de relaciones extrafamiliares, establecida en el transcurso de su vida profesional, a pesar de que las circunstancias familiares explican una dedicación prácticamente exclusiva también en ella al trabajo, incluso a combinar con su jornada laboral como administrativa, otras actividades como la venta de dulces, ropa y cerámica, entre conocidos y compañeros, o una vez jubilada, para complementar sus ingresos, hasta la actualidad en la que aún gana algún dinero vendiendo bisutería. La posibilidad de pensar en tiempos de ocio se superpone con una vida en la que la actividad laboral ha ocupado un lugar central en los casos de la mayor y la menor de las informantes como comerciante por cuenta propia. Las limitaciones que se imponen a las mujeres en su vida laboral, que se refleja en la crítica a la edad de las mismas, sea por no alcanzar la suficiente o por rebasar la ideal, adquiere tintes dramáticos en el relato de Z. Tal limitación, también conocida como “techo de cristal”, señalada tanto al principio como durante los últimos años de su vida laboral, o los altos costos de la obtención de un puesto acorde con la formación adquirida y pagado dignamente, se hacen patentes en las entrevistas de Z en varias ocasiones y son señaladas por ella, en contradicción con la responsabilidad asumida y su formación y capacidad como profesional.
Z: “…mi mamá ya no quería que trabajara ahí porque este…los días últimos salía yo a la una, dos de la mañana, hasta que checaran todos los cortes de caja de bancos, de la… era jefa del Departamento de cobranzas, bancos y foráneos… entonces recibíamos toda la cobranza pagada, ¡era dinero! Ese papel era dinero, entonces hacer los cortes de caja, y si me faltaba un centavo, ¡vuelve a sumar todo de nuevo! (…) no, ¡es que es dinero! ese papel es dinero D…pero aprendí mucho…… ¡era mucha friega... y poco dinero!, y este… tenían ellos la idea de que si no eras hombre no sabías…” (Z. Grupo 5: 61-70) La toma de posesión de un cargo por parte de Z requiere de la explicación a las demás compañeras y de la insistencia en que se mantiene una igualdad que la ocupación de un puesto que parecería contradictorio con lo anterior no tiene que suprimir necesariamente, reacción que podemos atribuir a un cambio en la situación con respecto a un sistema de dominio en el que el papel habitual de las mujeres suele ser el de recibir órdenes, no el de darlas, vinculado a una incredulidad con respecto a los propios méritos que la informante comparte con sus jefes y compañeras y a la suposición por tanto de la necesidad de disculpar ante ellas el hecho de ocupar un lugar jerárquicamente superior que además implica asumir un patrón de conducta que se entiende como propio de quien tiene derecho sobre las otras, hasta ese momento iguales, pero por otro lado supone una posición de solidaridad con las compañeras que alude a una resistencia transformadora cuando una mujer accede a una jefatura y se opone a las reglas masculinas de hegemonía / subalternidad, en un mundo laboral que fomenta un modelo depredador apenas justificado por la competencia[10]. Z: “…me pusieron a mí y yo se lo dije mira, yo soy jefe porque tiene que haber una cabeza pero soy igual que ustedes, todas somos… así que vamos a sacar esto adelante, por nosotras, ¡sí! todas, como me llevaba yo tan bien con ellas y lo mismo le entraba a una cosa que a la otra y hacía de todo, pos me llevé muy bien…” (Z. Grupo 5: 61-70)
Con otras connotaciones pero en algún sentido paralelo al anterior, el relato de R subraya sus dificultades de las que tiene clara conciencia, como son el desconocimiento de la ciudad o su imposibilidad de leer, pero que R presenta como motivo de afirmación de su capacidad pese al reiterado desconocimiento de la misma por parte del grupo.
R:”… pagó y pagó (su marido) y quedaron ¡setenta pesos libres!, después de tanto dinero… y yo pos en lo que estuve acá me di cuenta con unas personas del pueblo que vivía en la vecindad con gente del pueblo, gente personas grandes, matrimonios, de la retacería (…) le dije a mi señor, me puse a pensar, dije, bueno, quedan setenta pesos, en lo que hay otra salida, otra venta, ya no hay dinero y que, y le digo mira, yo me voy a México, ¿Qué vas a hacer? ¿Qué piensas?, ¿Qué quieres?, dice, digo mira, son setenta pesos, se van a acabar en un momento, ¿Qué vas a hacer?, yo compro retazo, vengo y lo vendo, entonces se vendía mucho, siempre se ha vendido y que me le gano la voluntad y ya traía a mi primer hijo, ya un niño ya grandecito y él me… te llevas a tu hijo y a tu hija, me los llevo, y ahí cruzaba el camión que me llevaba, no más me llevó a la carretera, me echó al camión, me vine cruzando, donde me tenía que bajar me bajé y fui y compré, y ya me dijo si quieres hacer eso te doy un domicilio, está así y así, me explicó, pos me dio el domicilio y voy y busco el número cien y, ¡ay!, que me topo, yo sin saber leer, mi chiquillo pos no sabía todavía y que voy caminando y que veo una casa grandísima, era una fábrica de gabardinas del Ángel, que veo un portón, sale una camioneta muy grande con un ángel, dije aquí será y un policía que abría y cerraba y me acerco y le digo, le pregunto, perdone, ¿Dónde queda este domicilio? Aquí es, ¿quién te manda? Pues a mí… yo vengo buscando este domicilio, yo sé que es fábrica… Si, si es fábrica, mira allá en aquella puerta está el despacho, pásate. Me pasó, era un almacén grande lleno de tableros, alterones de tela y… sin saber nada, ni como pedir, ni como nada, por fin, este le dije… Yo pienso comprar algo, pero poquito, entonces me dice mira, hay de este precio, había de diez pesos, de doce, de catorce y de siete pesos y ya este… y no sabía yo cuanto, ¿cuánto traes de dinero? cincuenta pesos, digo, me quedo con veinte para mis gastos, cincuenta pesos, ah, de acuerdo, empieza a bajar, me pone dos alterones, me hace mis maletas, una me la cargo abrazando a mi niña y otra maleta mi hijo y otra en el otro brazo y caminé tres cuadras a tomar mi camión y ahí, pero lo esperé en la esquina y antes había servicio de cobrador y el cobrador ayudaba a uno, me ayudó el cobrador, me subió, agarré mi lugar, llegué allá, me baja en tal lado, me bajé, mi marido ya estaba ahí con su caballo esperándome a las tres de la tarde, pos se quedó admirado, la cantidad que llevaba… ¿cómo le hiciste? pos comprando, ya me cargó todo, me quitó a la niña, agarró al hijo y jalando su caballo ya llegamos a casa…” (R. Grupo 7: 81-90)
En distintas épocas en todo el país, el comercio ha permitido la supervivencia de gran parte de la población en México hasta la actualidad marcada por la precariedad del empleo, en el caso de muchas personas asalariadas ha permitido completar ingresos siempre insuficientes. La Merced en donde más adelante continúa la actividad comercial de R durante años, era en las primeras décadas del siglo XX la principal central de abastos de la Ciudad de México, frecuentada tanto por las clases medias como populares (De La Torre, 2006:.32). En el relato de R destaca la determinación de salir adelante. La estrategia de R, ante la comunidad consiste en demostrar sus posibilidades por encima absolutamente de las expectativas sociales sobre ella. Su vida es la de una mujer que asume la maternidad paralelamente al rol de empresaria cuya actividad comercial crece significativamente, llegando a manejar un volumen de ventas de grandes dimensiones. La maternidad y las prácticas comerciales se superponen absolutamente en su relato.
R: “…me dice, mira nada más ya trajiste y nada más llegar ya había sopa hecha, frijoles, tortillas calientes, comimos unas yemas, salsa, le digo me voy al pueblo a ofrecer, dice vas a repartir y luego para reunir… no voy a fiar, ya me había enterado que la gabardina valía cuatro cincuenta el metro, yo lo di a tres cincuenta…¡voló! ¡voló!, llego vacía y me sale a la puerta: Mira nada más, ya fuiste a repartir… Ya, ya terminé, me meto y le digo: saca la mesita, una mesita, en mi rebozo llevaba lleno de dinero, yo traigo esto pero no fío, yo lo vendo ¡a tanto!, pos que, que nos ponemos a juntar y que veo la ganancia ¡me voy mañana!, ¿Cómo que te vas?, ¡me voy mañana otra vez! y que me vengo (…) con doble carga, ¡mire! en tan poco tiempo me hice de maleta de quinientos kilos, porque me fui a las plazas de los pueblos, a Tenango domingo y jueves y en el pueblo pos eran tres lugares y que le digo a mi marido, iba aumentando, le digo ¡me voy a Santiago!, ¿cómo te vas a ir?, me voy a Santiago ¡a vender!...” (R. Grupo 7: 81-90)
La satisfacción cuando demuestra que es capaz de manejar hábilmente una situación problemática económicamente y pone en marcha un negocio que sería próspero durante muchos años, convirtiéndola en la proveedora principal de la familia – al igual que lo es Z durante la práctica totalidad de su vida – es vivida de manera muy placentera por R, quien incorpora el rol de proveedora atribuido socialmente a los varones sin dejar por ello de desempeñar el de madre, aunque destaca con gusto la posibilidad en determinados momentos, ganada en su adquisición de este rol, de un reparto más equitativo de tareas del hogar, como puede observarse en la preparación de la comida por parte de su marido a la vuelta de su primer viaje para comprar las telas, aunque esto no rebase lo anecdótico. El crecimiento de la actividad comercial de R se produce a pesar del cuestionamiento constante de la pareja quien duda de sus posibilidades; el papel del marido con claras connotaciones de padre autoritario y mencionado por R como “su señor”, siempre es dudar de la habilidad de R, quien a pesar de hacer un señalamiento claro de esta cuestión, asume las condiciones impuestas por su pareja “te llevas a tu hijo y a tu hija” condición necesaria para la salida a comprar a una ciudad desconocida, “me los llevo”.
A modo de conclusión Las identidades corporales de las mujeres mayores en la actualidad en México están relacionadas con su trayectoria de vida inevitablemente. R se anticipa muchos años a la super mujer con una creciente vida laboral en su caso como comerciante con dobles o incluso triples jornadas laborales señaladas por el feminismo como doble explotación femenina (García, 2002: 59) puesto que encarna paralelamente a la madre patriótica y a la mujer empresaria, la alternancia de roles pasa facturas como la que ahora ella paga imposibilitada en una silla de ruedas y detectable aunque en un grado considerablemente menor, en el relato de Z, veinte años más joven, quien tuvo posibilidad de adquirir preparación académica, y pudo desarrollar una carrera profesional y manejar estratégicamente una maternidad muy posterior a la de R (Diez, 2000). M, por su parte, condenada socialmente recurrentemente, se dedica toda la vida a realizar las tareas del hogar, como buena parte de las mujeres de su edad. El cambio que se produce, entre otras cosas a raíz de la importante disminución del número de hijos en las mujeres heterosexuales, está absolutamente conectado con la publicitación en determinada coyuntura histórica del modelo de madre patriótica en México, como impulso para repoblar la nación y con la transición a un nuevo modelo que adquiere paulatinamente mayor fuerza para las mujeres en el país, el de la madre profesional. Lo anterior no significa la desaparición de diferentes marcar corporales de subalternidad, de la tensión entre el trabajo asistencial y de cuidado y las labores retribuidas, lo que sigue alimentando la desventaja de las mujeres en ambas esferas (Díez, 2000: 169) ni queda atrás la ideología de la maternidad como “entrega total” que subyace tal tensión (García, 2002: 137).
Nota biográfica Delia Lucía Gascón Navarro nació en España en 1966 donde estudió la licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, así como el doctorado en el programa de Antropología Social que termina en 2001. Vive y trabaja en México donde es profesora del Instituto Politécnico y la Universidad Estatal del Valle de Ecatepec. Coordina el Cuerpo Académico en formación de la DES-Sociales: Calidad de vida, género y vejez y desarrolla la línea de investigación Corporalidad, género y vejez. Entre sus últimos trabajos está la coordinación del texto publicado en marzo de 2012 por la Editorial académica española, Género y vejez de la naturalización a la diversidad, dentro de la línea de investigación antes citada.
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Tres mujeres fueron entrevistadas para su elaboración, quienes forman parte de los grupos de edad de 61 a 70 años, que denominamos en la investigación antes citada (Grupo 5), 71-80 años (Grupo 6) y 81-90 años (Grupo 7). Se solicitó su participación en la investigación llevada a cabo en base a sus características diferentes en cuanto a sus grupos sociales de origen, a su pertenencia a tres grupos de edad diferentes, pero consecutivos y a su buena disposición para colaborar desde el comienzo del trabajo de campo, con el mismo. Con Z, (Grupo 5:60-70) fueron realizadas tres entrevistas, M (Grupo 6:71-80) contestó a dos entrevistas y R (Grupo 7:81-90) a cuatro. En total se realizaron 10 entrevistas en profundidad, abiertas semidirigidas, de una duración aproximadas entre dos y tres horas. Las tres informantes viven en México D.F, aunque R, siempre ha mantenido el contacto con su pueblo de origen en el Estado de México, en donde ha alternado estancias de distinta duración a lo largo de su vida. La autora se identifica con la letra D (Délia) [3] En los párrafos que retomamos de las entrevistas realizadas a las tres mujeres en las que se basa este artículo, cada informante es denominada con una letra mayúscula – R. ; M.; Z. como forma de preservar su privacidad – reproduciéndose a continuación de la denominación de cada una, cita textual de sus palabras entre comillas. Se respetó siempre la forma original en los términos empleados, incluso si existe algún error gramatical de pronunciación o utilizan localismos o palabras en sentidos muy específicos y poco comunes. Al final de cada párrafo extraído de una entrevista, se incluye nuevamente la palabra que designa a la persona que respondió a la entrevista y el grupo de edad con el fin de permitir el seguimiento de cada hilo argumental a lo largo de este artículo. La autora se identifica con la letra D (Délia) [4] En relación con lo anterior, señala Esteban (2004) la difusión desde la psicología de la culpabilización recurrente exclusiva de la figura materna como origen de conflictos con la propia corporalidad en las mujeres, obviando la relación con otros miembros de la familia, especialistas o pares, como reproducción de estereotipos con una fuerte carga de género. [5] Tomamos de la transcripción aproximada en el diario de campo, la siguiente narración de R fuera de entrevista con respecto al motivo por el cual nos explicó que el nombre de todos sus hijos corresponden con el santo del día en el que nacieron. “R me explico cómo le contó su suegro que Dios pone el nombre del día, cuando una criatura muere al poco de nacer, María santísima la nombra para alimentarla y si le cambiaron el nombre por otro que no sea el del santo del día, el niño no sabe que le están hablando porque no puede reconocer su nombre” (Diario de campo 08/08/2012). [6] Algunas autoras (Belausteguigoitia, 2007; Tuñón, 1987; Lamas, 2007;) ejemplifican la anterior idea en la reducción de la diversidad de las mujeres posibles, a los arquetipos mexicanos de la Malinche, satanizada como traidora sexualizada y Guadalupe, figura divinizada asexual de la maternidad de los mexicanos y símbolo del nacimiento de la nación, históricamente construidos y refrendados. [7] Sobre este punto, ver Gascón (2010) Fragmentos encarnados de amor, maternidad y muerte en Labrys, Revista de estudos feministas. Brasil. http://e-group.unb.br/ih/his/gefem/labrys17/feminisme/delia.htm [8] En relación con esto es interesante la observación de García de León (2002) sobre la habitual procedencia de mujeres mayores profesionales españolas, de familias en las que los padres en particular tiene altos grados académicos, así como la elección de parejas igualmente muy cualificadas, lo que suele redundar en su impulso profesional. No ocurre lo mismo en el caso de los varones en los que es significativamente mayor la tendencia a reproducir el patrón conservador del hombre cualificado y la mujer con escasa formación académica. En relación con lo anterior y salvando las distancias entre la anterior investigación aludida y la actual centrada en la sociedad mexicana, tanto la madre como el padre de Z fueron profesionales, su padre en particular era periodista y su pareja arquitecto, lo que la autora antes citada relaciona con redes sociales y ambientes en los que hay mayor tolerancia hacia el hecho de que una mujer desarrolle una carrera profesional. En el mismo sentido Diez explica como también en el caso de España, el reparto de tareas del hogar suele ser más igualitario en parejas de clase media y con ideología de género progresista, menciona como ejemplo a profesores, personal administrativo y de la banca (Díez, 2000) lo que se acerca igualmente a las circunstancias de Z. [9] La autora se refiere a una investigación sobre mujeres en la que éstas “al recordar su pasado amoroso, reviven sobre todo los embarazos, los partos, los abortos y los diversos dolores que han marcado etapas de su vida sexual”, además se refiere a como el fuerte tabú sobre la sexualidad para las personas mayores no permite nombrarla si no es asociada con enfermedad y padecimiento, lo que nuevamente, y especialmente en el caso de las mujeres nos remite a la deserotización y maternización de los cuerpos, pero en este punto alude específicamente a las personas entrevistadas en España en contraste con las y los franceses mucho más desinhibidos. A partir del trabajo de campo realizado en México, consideramos que el discurso de R en particular, concuerda significativamente con el de las entrevistadas españolas de la autora citada, aunque en su caso el dolor es absolutamente minimizado al hablar de sus partos. [10] A este respecto nos parece interesante la reflexión de García de León “Mujeres en la cúspide, en un mundo de hombres (…) ¿Cómo se comportan las líderes respecto a las otras mujeres? ¿Sufren el síndrome de la abeja reina o adoptan una postura solidaria? ¿Cómo se pueden ayudar las mujeres? Sin duda ayudaría tener claras ciertas lealtades y propiciar la cultura del pacto y la reciprocidad. Y sin duda la conciencia. Nos recuerda que estamos mentalmente colonizados que las relaciones de dominación no sólo funcionan en el plano de lo material, sino también en el imaginario” (García de León, 2002, p. 15)
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